La
ciudad del amor no era la imaginada en mis sueños de adolescente.
Ahora
que recorría sus calles, me daba cuenta que para poder vivir allí, se
necesitaba un corazón enorme y un espíritu de entrega más grande todavía.
Quizá
por eso no viera parejas embelesadas mirándose a los ojos, ni escenas de pasión
carnal.
Lo
que encontraba, eran personas que protegían a los niños, cuidaban ancianos, y
se sacrificaban por los más desfavorecidos sin pedir nada a cambio.
Eran
seres desbordantes del auténtico amor que daba nombre a una ciudad, que para
muchos es desconocida y que confunden con otra llamada Paris.
Derechos de autor: Francisco Moroz