martes, 21 de marzo de 2017

Sol naciente





Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer y vio mucho más de lo que esperaba.

Con los ojos entornados a causa de la claridad que empezaba a definir el horizonte, no muy lejos, sobre las calmadas aguas de un mar neutral, divisó un buque que posicionaba lentamente sus torretas cañoneras que apuntaban hacia ellos.

Se trataba de un acorazado que les había elegido como objetivo, sin tener en cuenta que la nave en la que ella viajaba con otros trescientos refugiados más la tripulación, no era ninguna amenaza.

También vio el sol naciente en la bandera de guerra del barco japonés mientras se hundían.

Metáfora de vida y muerte.



Derechos de autor: Francisco Moroz


domingo, 19 de marzo de 2017

Nunca olvido





Me veo como niño agarrado de su mano,
confiado.
Significaba mucho para mí.
Cuanta seguridad me proporcionaba su compañía,
sus caricias valiosas
preciado regalo.

                           Le asaltaba con preguntas sin respuesta
con honesta ignorancia,
 en bucles sin fin,
en andanadas.
Siempre me respondía con infinita paciencia,
con verdades pactadas.

Pero llegó la juventud
y rehuía cada vez más
 de su presencia.
Muy crecido era mi ego,
muy terca mi conducta
encastillada en mi orgullo.
Elevado en el pedestal de la soberbia
a la décima potencia de lo absurdo.

Me jactaba de no necesitar su ayuda
siendo capaz de sobrevivir sin sus consejos.
Otros maestros busqué, 
otras verdades, otras escuelas.
Obtuve otros resultados.
Vanidoso los retuve 
 cual tesoro,
insatisfecho.

Creí ser más libre, más hombre, 
más completo.
Triunfador sin parangón, 
habilidoso tahúr
desbordante de virtudes.
En resumen:
Un cretino ruin y necio.

Ahora en la madurez
medito el craso error de mi mentira.
Y no olvido, más bien recuerdo
 por ejemplo el sacrificio.
Las horas invertidas y el detalle,
y siendo consciente reconozco
el tiempo que no se dedicó así mismo
por quererme.

 La firme convicción de su conducta
su debilidad, sus fallos,
y no me siento quien para juzgarle.
Ahora el padre soy yo, 
y lo entiendo tanto.
Su palabra amiga, 
el gesto grave.
El premio, el castigo,
el rincón de pensar
la mirada severa
y el profundo dolor que le causaba.

Le agradezco infinito,
las directrices firmes
con las que me fue instruyendo.
Los valiosos principios de coherencia
con los que ahora me rijo.
Una personalidad marcada,
sentimientos manifiestos
de lo que dicta mi alma.

Ahora soy yo
 el que le agarra de la mano 
cuando camina
con inseguros pasos.
El que le ayuda a comer,
el que responde.
Él me confía sus limitaciones.
Ya no sabe quién es, 
pero yo no lo olvido:
Al igual que no lo traiciono en mi recuerdo,
 en el vínculo del pasado ya borroso.

En mañanas de sol y parque,
de juegos, de risas, de carreras.
 abrazos que arropaban mis miedos, 
besos de buenas noches,
cuentos, libros regalados
leídos a la par.
La oración que nos unía
el apoyo amable en su cansancio,
las fiestas familiares, 
su mano en mi hombro.

Su extenso legado de palabras sabias
perdura.
Valorada herencia
de continuo altruismo.
He descubierto de nuevo
su limpia sonrisa que tanto amaba,
su ingenua confianza de niño anciano,
y he vuelto a recordar
todo lo que era y lo mucho que hizo
con mi persona.
Y me siento orgulloso de ser su hijo
que celebra los días compartidos
mientras duran.




Derechos de autor: Francisco Moroz

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