jueves, 9 de noviembre de 2017

Te vestiré de letras






Te despojaré de tu ropa vistiéndote con letras,
escribiendo en la piel desnuda mis deseos,
los anhelados sueños convertidos en renglones
en el folio palpitante de la intimidad entregada de tu cuerpo.

Los transcribiré en caracteres, en signos y grafemas,
haciendo un listado de adjetivos merecidos
que consigan retratarte enteramente
sin epítetos, hipérboles o silogismos.

Solamente tú al natural, con ausencia de sofismas,
arropada con palabras de lenguaje universal y transparente.
Sin metáforas ni adornos, sencilla como eres.
Pues solo así sabré leer la historia que quieras transmitirme.

La trama argumentada de tu esencia,
el vibrar de sentimientos y emociones lingüística perfecta.
Abrazando tu alma de mujer literalmente, sin inflexiones ni dudas.
Con la pasión que despierta lo admirado, sin interrogante alguna.

Besaré con premura, las líneas escritas con trazo
enamorado.
Los renglones torcidos, tus curvas placenteras.
Acariciaré cada verbo que conjugue, todas las formas de amarte.
Aceptaré cada preposición propuesta por tus labios.

 Me posaré en cada adverbio de lugar donde reposes
y donde escuche tu nombre, versaré mi prosa.
Permaneceré gustoso el tiempo que quieras ofrecerme
cual regalo generoso de musa inspiradora.

Te dedicaré mi obra, y la vida entera que cueste el realizarla.
Sin comas ni suspiros, que no fueren los que salgan de tu boca.
Sin pausas que condenen, en un punto y aparte nuestro encuentro,
ni ponga en suspensivos el futuro perfecto.

 El epígrafe que fuiste en un comienzo
grabaré en mi corazón como epigrama.
 Con tinta indeleble, como aquellas oraciones trascendentes
que no pierden su carisma si las nombras, ni desgasta el tiempo, ni el olvido borran.

 lo que digo vuela, lo escrito permanece
los incisos sobran. 


Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 7 de noviembre de 2017

Insistencia





Y se ríe a pesar de mi resolución para callarlo a base de manotazos. Su insistente risa me crispa los nervios de una manera insoportable.

Aprieto a rabiar su cuerpecito de bebé, lo golpeo una y otra vez, pero continúa como si nada le afectase.

Me desespero, y en un arranque de maldad resolutoria, lo agarro con rabia y lo estrello contra la pared. 
Es entonces cuando cambia su risa por un llanto cansino igual de agobiante.

Definitivamente, pienso, el mecanismo del muñeco se ha estropeado.


Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Un Halloween para celebrar





Me acuerdo todavía como si fuera ayer, aunque ocurriera hace ya unos cuantos años, coincidiendo con las fechas en que la celebración de Halloween nos proporcionaba a los estudiantes, la excusa perfecta para desmelenarnos y montar fiestas para disfrutar de una noche de juerga en mitad del curso universitario.

Recuerdo que mi disfraz de bruja era de lo más original. El negro me favorecía, y el rímel destacaba estos ojos verdes del que todavía se quedan atrapados los hombres como en una tela de araña.

A todos los que se me arrimaban aquella noche, con la intención de hacer conmigo, conjuros en la oscuridad del parque donde estábamos reunimos para beber, cantar, y hablar a voces. A todos ellos, les di calabazas y les hice perder toda esperanza como a los que entran en el infierno de Dante. Yo me reservaba para un ser superior.

Pero la bebida, la juventud y la insensatez, no son precisamente los elementos de una fórmula magistral, y aquella noche me dio por mezclar alcohol como si preparara pócimas mágicas que me permitiesen volar con la escoba que portaba como complemento de mi disfraz. Estudiaba químicas, y tendría que haber sabido que esto, como lo de la piedra filosofal, es algo imposible.

Llegó un momento en que las carcajadas parecían provenir de seres malignos que me rodeaban de manera siniestra, las luces desvaídas de las farolas parecían indicarme un camino sin retorno, e incluso la música heavy que sonaba, la oía como los ladridos del cancerbero que guarda las puertas del reino de los muertos.

Perdí el control de mi cuerpo, cayendo al suelo estrepitosamente golpeándome en la cabeza con el borde de un parterre. Pero eso lo sé porque me lo contaron a posteriori.
Algún compañero llamó al Samur y una unidad me trasladó al hospital más cercano.

Cuando desperté me encontré en una habitación donde dominaba el color blanco, hasta las luces fluorescentes me parecieron ese túnel que antecede a los que se despiden de la vida. Cuando mi mente comenzó a centralizar y ordenar los datos, mis ojos enfocaron a un ser luminoso vestido con el uniforme que deben vestir los seres celestiales que habitan al otro lado, donde van aquellos que no son tan malos como aparentan.

Me miraba fijamente a la cara y me sonreía como dándome la bienvenida a otro plano trascendental más perfecto, donde es imposible sentir dolor ni inquietud. En donde la seguridad era prioritaria y la felicidad alcanzable.
Sus primeras palabras fueron:

–Parece que la brujita Samantha regresa de su viaje astral por mundos etílicos imaginarios.

Y yo como muchacha ingenua y algo atolondrada le pregunté:

– ¿Cómo sabes mi nombre y de donde vengo? ¿Eres un ángel?  –enmudeciendo a continuación muy sorprendida cuando me respondió que era mucho más que eso.
Pensé para mis adentros que ese era el ser superior que me correspondía, y que la casualidad no existía.

Y de esta forma es como conocí a Gabriel, vuestro padre. Por entonces un joven médico de urgencias con la carrera recién terminada. Y es por ello que os llamamos como os llamamos de forma cariñosa.


Pues de la unión de un Arcángel y una bruja solo pueden nacer diablillos inquietos como vosotros.

Derechos de autor: Francisco Moroz

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