martes, 25 de julio de 2017

Esperanzas, aspiraciones y deseos




Siempre tomo el metro en la estación de Bayswater, como cada día desde el mes de Junio, que es cuando empieza el verano y Londres se llena de turistas.

He pasado dos meses observando a la gente que deambula por los pasillos desde uno de los bancos del andén. Los veo pasar, todos van ajetreados a algún lugar, siempre con prisas, indiferentes a lo que tienen alrededor.
Ninguno parece reparar en mi presencia anodina que me hace invisible.

Voy sin maquillar, mi largo pelo negro lo llevo bien peinado y recogido. Pantalones vaqueros y camiseta blanca de manga corta con el logo del Manchester United, mi equipo favorito. Al hombro, La mochila azul de la universidad donde curso estudios de filología inglesa, y un libro en la mano, para leer algún pasaje que calme mi espíritu atormentado. Podría decirse que entro dentro del baremo que me calificaría como ciudadana británica y cosmopolita.

Delante de mí se para una pareja de jóvenes, deben ser novios, pues escucho palabras suaves casi susurradas, sorprendiendo tocamientos cariñosos. Seguro que ambos tienen proyectos en común y mucha ilusión por llevarlos a cabo. Presiento que cada uno es el portador del corazón del otro. De momento no piensan en el desengaño, o en que alguien ajeno a su relación pueda romper en un momento dado esa armonía ideal que reina entre ellos. 

Un hombre de mediana edad les flanquea, el típico Yuppie bien trajeado que seguro, y por las horas que son, se dirige a la London Stock Exchange, para jugar sin escrúpulos con el dinero de los demás. Un lobo con piel de cordero en medio de un rebaño de ovejas mansas aturdidas por el ocio y el ego. Lleva su cartera bien aferrada, como si portara lo más valioso en ella. No augura que los bienes de esta tierra son perecederos y que no habrá beneficios por invertir en las malas acciones.
Sonrío ante el doble sentido de la frase, hoy estoy ocurrente a pesar de mi nerviosismo ante la gran prueba.

Quedan unos minutos todavía para que llegue el tren a la estación y sigo entretenida, observando a unos ancianos, que hacen corrillo un poco más allá de un cartel que irónicamente anuncia una crema revitalizante para la piel.
Vuelvo a sonreír con disimulo pensando en las bromas del destino, que nos muestra de esta manera su sentido del humor más irónico, sarcástico y corrosivo. Seguro que estos individuos están asegurados a todo riesgo con una buena póliza de vida que no será más que papel mojado cuando llegue el momento. 
Con lo frágil e insegura que es la existencia y lo imprevisible de los acontecimientos, seguimos depositando nuestra confianza y ponemos nuestra fe en cosas banales.
Cuanta ingenuidad, cuanta inmadurez la de los seres humanos.

Veo a una madre con un bebé metido en un cochecito y un niño de la mano de unos cinco años con el que habla animadamente sobre un programa infantil de televisión, que verán juntos cuando lleguen a casa después de hacer las tareas escolares. 
Ellos son el ejemplo del futuro imperfecto que miserablemente esperamos todos. De la esperanza en lo deseado, de lo esperado como vaticinio placentero. 

Promesas tantas veces incumplidas, esperanzas vanas y cicateras. Son la imagen de un mundo que perdió hace mucho los valores intrínsecos que esos niños todavía tienen. Poseedores del amor que debería mover a esta sociedad enferma y podrida de intereses.

Los veo a todos de forma general, en panorámica, mientras el convoy hace su entrada en la estación y va frenando con un chirrido agudo de sus ruedas.

Abro el libro por una de sus páginas mientras se abren las puertas del metro y rezo por el alma inmortal de todos ellos. Elevo la mirada al cielo inexistente, pues solo unos neones sustituyen al sol que es tan ruin en esta ciudad gris y lluviosa que me acogió.

Y mientras lo hago, dirijo las últimas palabras que saldrán de mi boca al creador de todo. El único que posee el amor suficiente para perdonar. La vida eterna con la que recompensarnos. Al lahu ákbar. Él como único tesoro que merece la pena poseer.

Estoy convencida que hoy recuperaré la inocencia que perdí cuando ingresé en el engranaje corrupto y tiránico de occidente...

En unos segundos una fuerte explosión cuyo foco primigenio es la mochila de Aamaal*, destroza tímpanos, desgarra cuerpos, y quiebra mamparas y cristales.
La sangre salpica los suelos y las paredes. El olor a quemado junto al humo fluye por los respiraderos de la estación de Bayswater, que hoy deja de ser una bahía subterránea de aguas tranquilas en medio de una ciudad agitada por el caos.



*Aamaal es un nombre árabe de mujer cuyo significado es el mismo que figura en el título del relato.




Derechos de autor: Francisco Moroz


Este relato participó en la comunidad Relatos compulsivos en la sección de: Reto especial.




jueves, 20 de julio de 2017

Navegaremos sin más





Sigo sonriendo cuando sonríes,
feliz soy cuando tú lo eres.
Sostienes el pequeño mundo en el que me muevo
que gira en torno a ti
tomando de referencia tus coordenadas.

En constante marejada de sentimientos me bato,
rompo en olas de arrebato en tu arrecife,
Encuentro secretas bahías de cálida brisa,
opto siempre por el puerto de tus labios
al pairo de tus caricias,
seguro en besos,
alejado de naufragios y desdichas.

 Enamorado de tus gestos.
Con ímpetu de tormenta me proclamo,
aprendo la verdad más absoluta.
Convoco al amor apasionado en tus playas,
a veces en tus frías aguas me sumerjo.
En tus arenas descanso
arrebujado con el sueño salado de tu torneada costa.
Disfruto con el profundo abismo de tus ojos
como de la pausa silenciosa de la aurora.

 En tu cadente calma me consumo,
me incita a la locura tu palabra.
Me invita a retenerte tu carisma
tan libre gaviota como eres.
A mi vera por siempre
bien atada
con nudo marinero de zozobra.

Con treinta y dos rumbos posibles en mi cuadrante
cual si fueras mi rosa de los vientos.
Por el aire hiperbóreo de tu aliento
desplegaré las velas
levaré el ancla para pilotar contigo.

Agotaremos el placer trascendental de nuestros cuerpos,
añorando intensamente
el encuentro inesperado y el temido.

Recordaremos con ansia
 la pasión de fuego
que nos quema y consume.
Que nos convierte en ceniza etérea.
En ondas que nos desplazan,
en marejadas que nos unen.

Esperando que el espíritu que trasciende
nos haga eternos seres terrenales
o aventureros ángeles escribanos
 que comparten letras en su libro de bitácora

 Confluiremos al fin como dos ríos,
 perdiendo identidad en uno solo.
 Confiaremos en la pericia de los hijos marineros
para seguir ambos
poniendo rumbo a un rincón del vasto cielo
por el que navegar como lo hicimos siempre.
Entrelazados sin más
y confiados
cual jarcias de arboladura.

La ruta prevista seguirá nuestro navío
cuyas velas imitaron las alas de las aves.
Impulsaron y elevaron la esperanza,
concitaron la ilusión con sueños firmes.

Con desbordante corazón enamorado
incólume, feraz, e ilusionante.
Pondremos manos al timón de lo que amamos
y mar por medio, sin mirar atrás,
enfilaremos la proa al horizonte



Derechos de autor: Francisco Moroz



domingo, 16 de julio de 2017

Enemigo oculto







Muchos ven lo que aparentamos ser, pero pocos advierten lo que realmente somos. De ahí nuestros continuos ataques sobre los humanos, que padecen sin remisión toda nuestra fuerza cuando emprendemos acciones determinantes contra ellos.

Pocos parecen comprender que prácticamente todas sus batallas están perdidas de antemano, somos más fuertes y estamos mejor preparados para adaptarnos, nuestro secreto es el ataque masivo. Con determinación, sin treguas, sin dejar testigos.

Dejamos detrás nuestro infinidad de cadáveres y miles de damnificados.

Somos legión invisible, y cuando atacamos lo hacemos con armas biológicas que os hacen sentir nausea, fiebre y escozor. Os producen sarpullidos e irritaciones en la piel. Envenenando vuestro cuerpo frágil y vulnerable.

Nuestras estrategias van variando según vais desplegando las escasas defensas de las que disponéis, y como seres vitales que somos nos reproducimos y nos hacemos huéspedes de las víctimas a las que sometemos, ejerciendo una férrea tiranía una vez que las conquistamos. Somos como minas submarinas ocultas, a la espera de explotar desde adentro.

Nos conocéis como Ébola, Dengue, Fiebre amarilla, Herpes y rubeola. Sarampión y varicela. VIH o gripe…

Somos simplemente seres tóxicos, venenosos, e infecciosos, a los que identificáis como virus. 

Todo un submundo organizado y microscópico de destrucción masiva al que no podréis someter fácilmente.



Derechos de autor: Francisco Moroz


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