sábado, 5 de noviembre de 2016

Con la muerte nos iremos



Apagado el murmullo de la vida
y llegando tu río a la mar.
Solo cabe preguntarse qué misterio,
encerrará este naufragio al despertar.

Entre tanta agitación y tanto odio
la agonía te desgarra el corazón.
Vas dejando tras de ti en cada jornada
mil etapas sufragadas con dolor.

¿Qué nos mueve y nos motiva? ¿Quién nos guía?
¿Cuál es el fin de cada meta que has de alcanzar?
Si la muerte nos espera tras la puerta
solo le resta de improviso, abrir y entrar.

Tu color, tu riqueza, o religión le dan lo mismo,
seas quien seas le perteneces.
Ella te busca y te encuentra
A donde vayas te espera y te recibe.

Tras cada lucha contra todo y contra ti
te abraza y te estrecha, posesiva.
Ves su rostro descarnado y la interrogas:
¿Qué te importa cuánto tuve y lo que fui?

Ya naciendo moribundos somos,
cumpliendo con los años regalados.
Malgastarlos en vanas ilusiones nuestro oficio,
dejaremos muchas veces lo importante por vivir.

De locos es seguir con la amargura
si pequeños logros no podemos alcanzar.
De necios el pasar por este mundo
sin gustar los sabores de la felicidad.

Un suspiro es lo que duramos, una brisa
arena venteada en soledad.
cuanta historia perdemos en vanas cuitas,
para adornarnos de caduca banalidad.

Nuestros triunfos se olvidan, nuestros nombres.
Donamos a la tierra lo que queda,
y después del balance final ¿Qué nos llevamos?
solo el alma satisfecha del que amó.

Y en el concluso final de nuestro último acto,
el eco murmurado de una oración o unos consejos.
Las lágrimas de nuestros deudos si es que nos quedan.
¡Y por fin el descanso! Podredumbre o ceniza.

Frío y soledad
Silencio.
La parca con su guadaña nos cosecha.
La muerte con su constancia, nos venció.



Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ritos ancestrales

Esta semana estoy un poco lúgubre no a causa de lo que se celebra, sino a que todos los concursos a los que me presenté versaban sobre la muerte, los difuntos y todo lo que tuviera que ver con la semana de Halloween.
Por lo cual este es otro de esos relatos que tendréis que sufrir, si queréis, con santa paciencia.
Abrazos mis amigos.





Esa noche se presentaba un tanto complicada, no era una de sus preferidas simplemente por lo que se celebraba la noche de difuntos o cómo demonios la denominaran según que culturas y países. ¡Incultura y literatura a partes iguales!
Lo único que él sabía es que le trastornaba todos sus planes de tranquilidad, pues al día siguiente tenía que presentar a la revista –Ciencia y razón- una nuevo artículo, y con tanto ruido y llamadas a la puerta era imposible la concentración.

Le ponían nervioso esos monstruitos enanos que se presentaban  bajo su dintel para pedir golosinas; era una aberración de por sí el haber transformado una fiesta pagana en una gran pantomima consumista ¡¡Dioses!! Estaba más que harto de tanta memez e ignorancia.

Cerró las cortinas y encendió la lámpara de su mesa; se colocó frente al ordenador y  justo cuando se disponía a darle a la primera tecla se oyeron unos golpeteos en la entrada.

— ¡Continuamos con la pesadilla! Estos canijos empiezan a ser cargantes.

Se levantó con premura dispuesto a espantar con cajas destempladas a los draculines, fantasmas, y zombis que se encontrara; pero al abrir, únicamente encontró en el suelo un papel con trazos de escritura. Lo recogió, y después de mirar a uno y otro lado de la calle cerró con un portazo y arrugó el papel tirándolo encima de la mesa.

Empezó a escribir, pero al rato la curiosidad le venció y cogiendo la bola de papel la estiró. No era precisamente un poeta y no entendía de poesía, pero el escueto texto parecía rimar de forma ingenua: 

“Esta noche encontrarás lo que perdiste,
cuando a las 12 vengan a visitarte
y cumplas con el pacto estipulado” 

Debajo de estos tontos renglones de lenguaje  críptico cuya lectura le arrancó una media sonrisa de desprecio, había un dibujo de una vela.
Se trataba de alguna broma de sus estúpidos vecinos. ¡Seguro!

Volvió a la mesa y cuando se disponía a teclear de nuevo, vio con estupefacción lo que estaba escrito de manera inexplicable en la hoja de Word:

“Tu incredulidad te condena a vagar eternamente”

Un golpe inesperado procedente de las baldas de su librería le sobresalto. Cuando miró, uno de los libros se encontraba  en el suelo. Lo cogió entre sus manos y leyó: 

“Esta noche las puertas de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra casa permanecerán abiertas para recibir a los espíritus de todos nuestros difuntos"…

¿Qué narices estaba pasando? ¿Quién  era el responsable de esa broma tan absurda?
¿Qué es lo que había perdido? ¿Quién vendría a visitarle, si él no esperaba a nadie? ¿Y qué promesa había incumplido?

— ¡A la mierda! —Se dijo, no puedo perder más tiempo con estas idioteces, soy un hombre racional del siglo XXI…

…Sonaron las doce en el reloj de la iglesia del pueblo.

En ese momento golpearon la puerta y corrió a abrir para agarrar por el cuello al imbécil de turno que le estaba atemorizando. 
Se alejó de la casa encontrando solo oscuridad y un frío glacial que se le metió en los huesos. 
Una espesa niebla invadió el entorno, mientras unas voces profundas entonaban cánticos fúnebres que le envolvieron, y unas tenues llamas de vela le rodeaban.

En ese mismo instante comprendió, que lo que había perdido era la fe en las tradiciones. 
Recordó haber jurado por su alma inmortal, que jamás creería en supercherías ni paganas, ni cristianas si no recibía pruebas fehacientes y racionales de la existencia de los espíritus errantes que andaban por los bosques y las aldeas.

Y esa noche se había terminado de torcer, pues la santa compaña reclamaba el tributo prometido.



Derechos de autor: Francisco Moroz



Gracias a Radio Mandala y a la entrañable Raquel Fraga por declamar este relato en la radio.

http://www.ivoox.com/versame-mucho20-audios-mp3_rf_13699362_1.html

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