jueves, 14 de julio de 2016

La maniobra de la tortuga









De: Benito Olmo














"Los pequeños detalles resultaban tan importantes como las pruebas más evidentes y había que ser muy cuidadoso para no pasar nada por alto. Por eso los investigadores descuidados o vagos no solían resolver ni la mitad de los casos a los que se enfrentaban. Pero él no era de esos"


Buscando lectura fresca y actual para este verano, me encontré con esta sorpresa de un autor al que no conocía en absoluto a pesar de haber escrito otras dos novelas: la primera titulada -Caraballo- que nada tiene que ver con el pintor. La segunda -Mil cosas que no te dije antes de perderte- del mismo género a la que pertenece  
esta que nos incumbe. Es un thriller policíaco con mucha acción, ligero, ameno, adictivo, y bien escrito.

Me ha durado dos días exactos, y con esto ya os imagináis el grado de adicción que me ha producido; el mismo que al principal protagonista la nicotina.

Y es que el inspector Manuel Bianquetti es el prototipo de personaje que se hace respetar por su aspecto desaliñado y su carácter adusto y algo arisco. Fumador empedernido y con un problema en su bagaje personal del pasado que le arrastró a su situación personal del presente.

Podríamos decir que es un exiliado involuntario de Madrid, en la ciudad de Cádiz a la que no acaba de aclimatarse. Él, acostumbrado a la acción, al riesgo y al peligro, se encuentra en dique seco, en la sección de archivos, donde trascurre su jornada rodeado de tedio y hermetismo.  

Pero el asesinato de una adolescente colombiana de 16 años, que ha sido violada y posteriormente estrangulada y cuyo cuerpo fue hallado dentro de un contenedor de basura, le remueve las entrañas a la vez que los recuerdos; haciéndole rememorar la historia que provocó su destierro.

Se pondrá manos a la obra para resolver un caso que no le ha sido adjudicado, saltándose normas y cadenas de mando, utilizando medios de manera poco ortodoxa y en cierta manera peculiar. Descubrirá una trama de intereses creados por algunos, para olvidar el suceso antes de intentar buscar al culpable.

Estamos ante una novela que reúne ciertos patrones que se repiten en todas las del género negro sin llegar a ser escabrosa: personaje con conflictos personales y algún vicio incorregible. Un tipo duro de presencia atemorizante por su gran envergadura y sus ademanes hoscos, con cierta tendencia a rebelarse ante los superiores e ir por libre dejando de lado a los compañeros.
Nos sorprenderá sin embargo con momentos puntuales de cierta ternura e indefensión.
Una trama bien urdida con sus dosis bien medidas de originalidad, donde habrá acción y violencia sin excesos, misterios que resolver, testigos, víctimas y verdugos.

La prosa con la que está escrita la historia es muy práctica, ligera y de asequible vocabulario. No se complica mucho el escritor en describirnos los paisajes y entornos a pesar de ser muy conocidos por él mismo, aunque nos bosqueja lugares puntuales que el lector avezado y viajero quizás identifique. También apunta alguna nota sobre la gastronomía popular de la ciudad.
Por otro lado a mi entender, el libro posee una portada de diseño muy atractivo, que no supone un detalle baladí para no tener en cuenta cuando nos encontramos con él. Diría, que es su carta de presentación más inmediata.

Los personajes son peculiares y bien delineados, pero sin pretensiones de magnificencia, salvo nuestro inspector de manos enormes y talla de armario empotrado. Cada cual con sus historias ocultas y algunos con un carisma especial del que no podremos dejar de encariñarnos o identificarnos. 

Es de destacar una subtrama paralela al argumento principal que se irá desgranando de forma natural hasta converger con este. En esta subtrama, la protagonista será Cristina, una superviviente del maltrato al que ha estado expuesta durante muchos años, que intenta fraguar con esfuerzo y olvido un futuro mejor.
Esta mujer nos enamorará por su sencillez y ternura. Literalmente dan ganas de abrazarla.

Uno de los aciertos del autor es darnos pautas de juicio y argumentos donde agarrarnos, para poder ir definiendo a los partícipes de la historia para encasillarlos entre los buenos o los malos sin muchas complicaciones ni enigmas.
No obstante, no deberemos precipitarnos con nuestros prejuicios por si acaso. 
Se evitan diálogos innecesarios aburridos o farragosos, con lo cual la lectura se convertirá en recreo y no en un continuo ejercicio de reflexión.

Con todo ello, el conjunto encuadernado se convertirá en volumen ameno, entretenido, y lo suficientemente atractivo para que, hasta terminarlo no nos quedemos conformes, y que al cerrarlo pensemos que el tiempo se nos voló entre líneas pero que no lo perdimos.

Lo recomiendo no por ser una obra redonda, ni mucho menos,( Esas abundan poco y según los gustos) pero sí la aconsejo por tratarse de una lectura que conduce al lector a sentir emociones dispares de odio, impotencia, rabia y satisfacción a partes iguales, mientras su atención se encuentra enfrascada en ella.
Con lo cual, cubre las expectativas de manera sobrada de los amantes del relax, el entretenimiento y el disfrute personal con libro en mano.

51 capítulos sin mucha extensión, otra cosa que debemos agradecer al escritor que cuida con esmero ciertos detalles, sin redundar en ellos.

Tendré que prestar atención en adelante a este autor recién estrenado.




miércoles, 13 de julio de 2016

Micro aniversarios






Lo único que no celebraría jamás sería el aniversario de una relación que nunca comenzó.

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Cuando lo felicitó por su 50 aniversario de bodas, él la miró con indiferencia preguntándose quién era ella.

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Hoy era el 68 aniversario de su promoción en la facultad. Y le extrañó que cada vez asistieran menos compañeros al evento.







Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 11 de julio de 2016

La influencia de las estrellas





Pedro Alameda nació bajo el signo de cáncer comenzando con mal pie su carrera. Desde pequeño aterrorizaba a los compañeros de clase, se convirtió en el típico matón de barrio que era conocido por sus robos a los transeúntes. Una pesadilla para los modestos comerciantes que tenían que pagar tributo por su presunta protección. Llegaría a pegar palizas por encargo y a hacer desaparecer pruebas y amenazar a los testigos que pudieran inculpar a sus clientes.

Era sobradamente conocido por la policía que aseguraba que no había nada que hacer con el individuo.  Si llegaba a ser detenido, entraba por una de las puertas de la comisaría y salía por otra con total impunidad,  libre de pruebas que pudieran involucrarlo en cualquier suceso.

Las leyes no eran suficientes para retenerle una buena temporada en la “trena”. La gente le odiaba y le temía, con lo cual no les quedaba más que sufrir en silencio y agachar la cabeza y naturalmente, evitar cruzarse en su camino y con sus intereses. Se dedicó al tráfico de drogas, de armas, de niñas…

La vida le sonreía. Se permitía placeres y lujos impensables para el común de los mortales. No se privaba de vestir con ostentación, de conducir los coches más caros y alojarse en los hoteles más lujosos. Un yate y un jet privado le permitían desplazarse de un lugar a otro del planeta. A su cargo una plantilla de guardaespaldas, cobradores de morosos, ajustadores de cuentas, sicarios que realizaban el trabajo sucio y féminas que complacían sus más perversos y denigrantes deseos.

Su ambición, su riqueza, y su poder, se multiplicaron de la misma manera que el mal que le devoró por dentro.

El indeseable murió al igual que nació: bajo la influencia de “cáncer”.



Derechos de autor: Francisco Moroz

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