Pedro Alameda
nació bajo el signo de cáncer comenzando con mal pie su carrera. Desde
pequeño aterrorizaba a los compañeros de clase, se convirtió en el típico matón
de barrio que era conocido por sus robos a los transeúntes. Una pesadilla para
los modestos comerciantes que tenían que pagar tributo por su presunta
protección. Llegaría a pegar palizas por encargo y a hacer desaparecer pruebas
y amenazar a los testigos que pudieran inculpar a sus clientes.
Era sobradamente conocido por la policía que aseguraba
que no había nada que hacer con el individuo.
Si llegaba a ser detenido, entraba por una de las puertas de la
comisaría y salía por otra con total impunidad, libre de pruebas que pudieran involucrarlo en
cualquier suceso.
Las leyes no eran suficientes para retenerle una
buena temporada en la “trena”. La gente le odiaba y le temía, con lo cual no
les quedaba más que sufrir en silencio y agachar la cabeza y naturalmente,
evitar cruzarse en su camino y con sus intereses. Se dedicó al tráfico de
drogas, de armas, de niñas…
La vida le sonreía. Se permitía placeres y lujos
impensables para el común de los mortales. No se privaba de vestir con
ostentación, de conducir los coches más caros y alojarse en los hoteles más
lujosos. Un yate y un jet privado le permitían desplazarse de un lugar a otro
del planeta. A su cargo una plantilla de guardaespaldas, cobradores de morosos,
ajustadores de cuentas, sicarios que realizaban el trabajo sucio y féminas que
complacían sus más perversos y denigrantes deseos.
Su ambición, su riqueza, y su poder, se
multiplicaron de la misma manera que el mal que le devoró por dentro.
El indeseable murió al igual que nació: bajo la
influencia de “cáncer”.
Derechos de autor: Francisco Moroz