lunes, 18 de abril de 2016

Claúsula




Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar, es la única condición que te pongo para que heredes la mansión. Quedaría fatal que después de deshacerte de mí solo para conseguir tus propósitos; las dejaras abandonadas en la chimenea.



derechos de autor: Francisco Moroz

Código de registro: 1605087457960

jueves, 14 de abril de 2016

Recuérdame




Su mirada me serena, es lo mejor de ella, me calma y acuna cuando está cerca. Me dibuja de nuevo el mundo que olvido de continuo, al igual que los nombres y los rostros del pasado. El suyo siempre está presente y cercano; ella tan generosa con su tiempo dedicado por completo a mi persona, me mira a los ojos y sonríe simplemente. 

Ella no arrincona los recuerdos de lo que fui. Sé que me ama con ese amor callado y sufrido de los que no quieren sentirse derrotados, y se esfuerza en demostrarlo aun no pudiendo por sus escasas fuerzas y las propias limitaciones de sus dolores articulares.

Yo sufro mi aflicción y la suya cuando no la reconozco; me pierdo en ella cuando me llama por mi nombre y me besa en la frente y me llama cariño… con tanta dulzura.

Ella me enamoró en cuanto la vi por vez primera bajando a la fuente, pero nunca me atrevía a decirle cuanto la amaba, mi corazón se alborotaba cada vez que la veía asomar por aquella esquina; yo, parapetado tras los visillos de aquella ventana de la casa de mis padres, esa que daba a la plaza y me permitía contemplarla sin que ella lo sospechase siquiera. Era tímido y me avergonzaba de lo que pudieran pensar los demás, siempre vigilantes, enclaustrados en sus falsas e hipócritas morales.

Evitaba saltarme las normas atávicas de mis mayores, y sé que por eso mismo me perdí mucho de lo que la vida me ofrecía. Eran otros tiempos y el miedo se confundía con el respeto.

Pero después de muchos años haciéndonos los encontradizos, pasó lo que tenía que pasar sin remedio: Unimos nuestras vidas con un ¡Sí quiero! Y a partir de ese momento los problemas fueron siempre la mitad de problemáticos y las alegrías el doble de alegres.
Más tarde vinieron los hijos y fuimos ricos en sentimientos compartidos, emociones, y momentos hermosos.

De vez en cuando lloro a escondidas, porque desde mi cárcel de esta desconcertante enfermedad me siento inútil, no sé cómo decirle cuanto la amo, cuanto la añoro y la echo de menos. Me gustaría ahorrarle sufrimientos, ayudarla en las tareas más sencillas, pero estoy tan ausente estando tan cerca, que los momentos de lucidez los empleo únicamente para mirarla a los ojos y expresarla lo que no sabría decirle con mis palabras balbuceantes, Pues al rato me habré olvidado de su presencia tranquilizadora, y no sabré reconocerla aunque la busque de continuo cuando note que no se encuentra cerca.

Es mi puerto y mi refugio, hasta que me vaya silencioso, como siempre estoy, desde que la oscuridad involuntaria de esta dolencia me aprisionó haciéndome ignorar tantas cosas, y todas tan queridas.



Sus ojos azules me llenan de sensaciones nunca olvidadas, lo veo aparecer de repente de su exilio y me vuelvo a enamorar como una chiquilla. 
Sin palabras, siento su agradecimiento por mi dedicación exclusiva a él. No quiero perderle del todo, me aferro a los recuerdos más queridos de los que él forma la mayor parte. Fue para mí La referencia ante lo desconocido, y la casa  que habitaba cuando arreciaba la tormenta. Ambos nos hicimos fuertes y nos completábamos como esas piezas que encajan y que mientras no lo hacen no sirven para nada.

Él, me enamoró cuando bajando a la fuente lo presentía tras la ventana de la casa de sus padres. Yo me avergonzaba al sentir sus ojos puestos solo en mi persona, ignorando a las demás muchachas que como palomas blancas festejaban cerca de los caños del agua. Nunca quise mostrarle mi amor en público, había que guardar el decoro, y los galanteos no estaban bien vistos. Ni los encuentros, ni las miradas, ni nada. Eran tiempos difíciles para el romance y el cortejo. Para el amor verdadero todo eran vetos.

Pero con el trascurrir de los años fue inevitable que a pesar de todos los avatares, malentendidos y maledicencias; los dos ríos no fuesen a parar al mismo mar, y en un altar austero y con pocos invitados resonó aquella promesa que mantengo no por obligación, ni como costumbre, sino por puro amor a su persona: "En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en las tristezas y las alegrías, hasta que la muerte nos separe."

De vez en cuando lloro mi impotencia sin que me vea, me siento tan limitada ante su indefensión y su falta de memoria. Veo al niño que fue, que no guarda testimonio de su propia historia.

En muchas ocasiones me pregunta quién soy yo, que le cuido y le quiero tanto. Entonces es, cuando guardándome las lágrimas únicamente para mí, le digo: Soy esa muchacha que bajaba a la fuente y de la cual te enamoraste, aquella por la que sacrificaste tanto tus propios intereses, para que a ella y a sus hijos no les faltara de nada.
Ten por seguro mi vida, que nunca me faltó lo más importante: Tú.

Ahora agarro sus manos arrugadas tan trabajadas, y veo su rostro tan querido, y no puedo dejar de experimentar aquello sentido hace 62 años cuando le di un sí  para toda la vida: ese mismo cosquilleo de la emoción al emprender una aventura o un viaje deseado pero desconocido, lleno de misterios por descubrir juntos.

Tu olvido involuntario me hace más fuerte en mi voluntad por rememorar quienes fuimos y quienes seguimos siendo detrás de nuestros ojos y nuestras miradas: Dos enamorados, supervivientes de los tiempos aquellos, en que el amor no era un sentimiento pasajero de usar y tirar. Ni las promesas eran palabras que se pronunciaban en vano. 

"Es injusto que el amor sea eterno y nosotros no."


Derechos de autor: Francisco Moroz

Código de registro: 1605087457984



                                          Dedicado a mis padres después de 62 años compartidos.









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