martes, 8 de marzo de 2016

Protocolario



Serán solo cien palabras o menos las que podrá pronunciar en su encuentro con el rey,  pues se trata como comprenderá, de un acto oficial  muy selecto donde muchos de los presentes al igual que usted, querrán formularle alguna pregunta a su majestad; y el tiempo es limitado.

Su alteza debe asistir a continuación a una comida con diplomáticos extranjeros servida en este hotel.

Así me informó el jefe de protocolo de la casa real.

Llegado el momento de hacer las preguntas levanté la mano y con voz muy profesional interpelé al monarca:
¿Qué prefiere que prepare? ¿Carne o pescado?...


Me sobraron 93 palabras.


Derechos de autor: Francisco Moroz

sábado, 5 de marzo de 2016

Un cuento de muerte


Erase una vez un Ser atractivo, de porte egregio, poseedor de un cuerpo, como tallado a cincel por las manos del mismísimo Miguel Ángel.
Apolíneo, elegante, discreto.

Poseedor de un carismático don que lo hacía fascinante tanto a ojos del género masculino como del femenino.  Algo en su presencia ejercía de imán para las personas que se encontraran cerca, haciendo que sus miradas convergieran en él, sintiéndose irremisiblemente atraídas hacia su casi mística personalidad. Le amarían y le servirían a partes iguales solamente por tener oportunidad de respirar el mismo aire y transitar el espacio común.

Ojos de un color intenso hablaban por si solos del contenido espiritual del alma de aquel ser que trasmitía tranquilidad y seguridad a los que contactaban con él; al igual se le intuían múltiples emociones incalificables por su fuerza y profundidad, que lo adornaban con un halo fulgurante que irradiaba ese magnetismo peculiar que lo hacía irresistible.

Tenía poder terrenal. Dirigía gobiernos, organizaba ejércitos, creaba empresas de la nada más absoluta. Poseedor de un bagaje cultural inabarcable  sobre cualquier materia humana  o divina.
Era capaz de trasmitir ideas ingeniosas e incalificables, junto con enseñanzas para conseguir la armonía entre el “Yo” y la creación, que garantizaban la felicidad y el bienestar absoluto de la humanidad.

Su sonrisa le precedía como carta de presentación al igual que su modulada voz que sonaba como música celestial en los oídos de los que le escuchaban.
Era un ser ante todo, enamorado de la vida.

Pero el final de esta historia es lo más real de lo narrado: La muerte, celosa, se lo arrebató en un descuido mientras la vida seguía fluyendo como si con ella no fuera la cosa, y encantada de haberse conocido.

Moraleja:

Ni Reyes ni gobernantes. Ni sabios y maestros. Ni Gurús, Sacerdotes, chamanes y profetas. Deportistas de élite o modelos de pasarela. Ni los mismos dioses, están libres, de que esta amante envidiosa les arrebate al final todo lo que tuvieron y lo que fueron. Y es que, no consiente que nadie le robe lo que siempre será suyo: 
El epílogo protagonista.


Con lo cual: “Carpe Diem” que dijo uno, que por cierto también se murió.



derechos de autor: Francisco Moroz

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