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lunes, 7 de noviembre de 2016

Tertulia


Con este relato presentado al concurso de Edupsique termino la semana dedicada a los difuntos ¡Que ya está bien con tanto muerto! Dejémosles descansar, al menos hasta el año que viene.





En el pueblo donde paso el día de todos los santos, no hay mucho que hacer: O bar, o mus. Y ni bebo ni juego.

De atardecida los campos están solitarios y hoy que hace bueno apetece pasear.
Andando llego al cementerio y por curiosidad entro a ver el ambiente que en otras temporadas del año es más bien lúgubre y tristón.
Hay  movimiento en uno de los sectores, donde las lápidas prácticamente brillan por su ausencia, socavadas estas por el paso del tiempo y el olvido de los vivos.

Allá me voy por ser cortés con los tres paisanos que andan por allí.

– ¡Ave María purísima señores!

– ¡Sin pecado concebida! caballero.

– ¡Qué! ¿Matando el tiempo?

–Bueno, más bien el tiempo nos mata a nosotros ¿No cree? –responde uno de los contertulios que frisaría los 87 años; con esa solera de los viejos filósofos que encontramos en todos los villorrios.

– Sabias palabras, le espeto.

– Bueno – me dice otro un poquito más joven. De sabios están las tumbas llenas igual que el mundo de tontos.

– ¿Ha pasado mucha gente por aquí?

–Pá ser el día que es y lo que se celebra, más bien escaso personal, tenga en cuenta que solo quedan abuelos, y según van cayendo vienen aquí a perpetuidad; con lo cual, hay aquí adentro más que allá afuera.

– Da cierta tristeza pensarlo ¿Verdad?

– ¡Bah! Una vez que eres difunto no aprecias el que traigan flores; muchos de los que las traen ahora, en vida del finado ni se acordaban de visitarle.

El tercer abuelillo hace un gesto ambiguo a los otros dos y les dice:

– ¡Ea compadres! vamos a descansar un poco, que se hace tarde y mañana hay que rendir.

Y diciendo esto se retiran a dormir parte de su sueño eterno, cada cual a su sepultura. 



Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ritos ancestrales

Esta semana estoy un poco lúgubre no a causa de lo que se celebra, sino a que todos los concursos a los que me presenté versaban sobre la muerte, los difuntos y todo lo que tuviera que ver con la semana de Halloween.
Por lo cual este es otro de esos relatos que tendréis que sufrir, si queréis, con santa paciencia.
Abrazos mis amigos.





Esa noche se presentaba un tanto complicada, no era una de sus preferidas simplemente por lo que se celebraba la noche de difuntos o cómo demonios la denominaran según que culturas y países. ¡Incultura y literatura a partes iguales!
Lo único que él sabía es que le trastornaba todos sus planes de tranquilidad, pues al día siguiente tenía que presentar a la revista –Ciencia y razón- una nuevo artículo, y con tanto ruido y llamadas a la puerta era imposible la concentración.

Le ponían nervioso esos monstruitos enanos que se presentaban  bajo su dintel para pedir golosinas; era una aberración de por sí el haber transformado una fiesta pagana en una gran pantomima consumista ¡¡Dioses!! Estaba más que harto de tanta memez e ignorancia.

Cerró las cortinas y encendió la lámpara de su mesa; se colocó frente al ordenador y  justo cuando se disponía a darle a la primera tecla se oyeron unos golpeteos en la entrada.

— ¡Continuamos con la pesadilla! Estos canijos empiezan a ser cargantes.

Se levantó con premura dispuesto a espantar con cajas destempladas a los draculines, fantasmas, y zombis que se encontrara; pero al abrir, únicamente encontró en el suelo un papel con trazos de escritura. Lo recogió, y después de mirar a uno y otro lado de la calle cerró con un portazo y arrugó el papel tirándolo encima de la mesa.

Empezó a escribir, pero al rato la curiosidad le venció y cogiendo la bola de papel la estiró. No era precisamente un poeta y no entendía de poesía, pero el escueto texto parecía rimar de forma ingenua: 

“Esta noche encontrarás lo que perdiste,
cuando a las 12 vengan a visitarte
y cumplas con el pacto estipulado” 

Debajo de estos tontos renglones de lenguaje  críptico cuya lectura le arrancó una media sonrisa de desprecio, había un dibujo de una vela.
Se trataba de alguna broma de sus estúpidos vecinos. ¡Seguro!

Volvió a la mesa y cuando se disponía a teclear de nuevo, vio con estupefacción lo que estaba escrito de manera inexplicable en la hoja de Word:

“Tu incredulidad te condena a vagar eternamente”

Un golpe inesperado procedente de las baldas de su librería le sobresalto. Cuando miró, uno de los libros se encontraba  en el suelo. Lo cogió entre sus manos y leyó: 

“Esta noche las puertas de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra casa permanecerán abiertas para recibir a los espíritus de todos nuestros difuntos"…

¿Qué narices estaba pasando? ¿Quién  era el responsable de esa broma tan absurda?
¿Qué es lo que había perdido? ¿Quién vendría a visitarle, si él no esperaba a nadie? ¿Y qué promesa había incumplido?

— ¡A la mierda! —Se dijo, no puedo perder más tiempo con estas idioteces, soy un hombre racional del siglo XXI…

…Sonaron las doce en el reloj de la iglesia del pueblo.

En ese momento golpearon la puerta y corrió a abrir para agarrar por el cuello al imbécil de turno que le estaba atemorizando. 
Se alejó de la casa encontrando solo oscuridad y un frío glacial que se le metió en los huesos. 
Una espesa niebla invadió el entorno, mientras unas voces profundas entonaban cánticos fúnebres que le envolvieron, y unas tenues llamas de vela le rodeaban.

En ese mismo instante comprendió, que lo que había perdido era la fe en las tradiciones. 
Recordó haber jurado por su alma inmortal, que jamás creería en supercherías ni paganas, ni cristianas si no recibía pruebas fehacientes y racionales de la existencia de los espíritus errantes que andaban por los bosques y las aldeas.

Y esa noche se había terminado de torcer, pues la santa compaña reclamaba el tributo prometido.



Derechos de autor: Francisco Moroz



Gracias a Radio Mandala y a la entrañable Raquel Fraga por declamar este relato en la radio.

http://www.ivoox.com/versame-mucho20-audios-mp3_rf_13699362_1.html

domingo, 30 de octubre de 2016

Noche de difuntos




Esta noche Santiago se va a dormir con miedo, pues no en vano sus hermanos mayores le han estado chinchando con historias sobre muertos a lo largo del día.
Mañana se celebra en el pueblo el día de los fieles difuntos y sabe que esta noche les pertenece a ellos, y que saldrán de sus tumbas para recorrer las calles y llevarse a quien se encuentren por ellas. 
Conoce también la leyenda de la santa compaña que recorre en procesión los bosques, buscando nuevos cofrades con las que engrosar sus filas.

Se arrebuja temblando bajo la manta de su cama, no sabe bien si tiembla a causa de esos recuerdos o por la baja temperatura que reina en el caserón del tío de su padre que es el cura de la localidad.

Su catre está en una de las habitaciones abuhardilladas, donde se guardan los baúles llenos de ropa para los parroquianos menos afortunados. No hay armarios, pero si una cortina de arpillera que tapa otro pequeño habitáculo donde en unas alacenas se almacenan los cirios, las velas, y las estampillas junto con los misales y los libros de canto. Las casullas y las sotanas para las misas cuelgan de perchas de alambre; y más de un susto le han dado algunas noches. 
Tras esa cortina piensa, se pueden esconder asesinos con dagas envenenadas, o arpías y esfinges de esas que describe con tanto detalle el maestro de la escuela.

La iglesia se encuentra al lado del edificio donde él y sus hermanos viven provisionalmente con sus padres y su tío abuelo. La torre tiene un gran reloj que hace sonar las campanas cada hora entera y también a las medias. Lo teme porque sabe, que cuando suenen las doce, con el último toque, saldrán los difuntos de paseo, y el cementerio, no queda lejos del atrio ni de la casa del cura.

Quiere dormirse para no tener que escuchar los sonidos que oirá cuando los difuntos pasen por ahí abajo, esos sonidos de ultratumba que se parecen al ulular del aire entre las vigas de madera carcomida o el que hace al pasar por las juntas mal pegadas de los cristales del ventanuco; pero es imposible, todavía le está dando vueltas al suceso ocurrido en el pueblo de su padre, el que le narró hacía tan solo una horas…

…Andaban los mozos más lanzados y fortachones con sus fanfarronadas tal día como hoy, echándose puyas para ver quién era el más valiente de todos ellos. El más bravucón propuso apostar un cordero para el que demostrara serlo sobre todos los demás. La prueba consistiría en ir todos cerca del cementerio esa misma noche y esconderse detrás de unos sillares que estaban por allí tirados.

Uno por uno y siendo testigos los demás, tendrían que acercarse a la puerta de hierro del campo santo, aporrearla con los puños y hacer ruido para convocar a los difuntos y animarles a salir en pos del osado que lo hiciese.
Llegada la noche cinco muchachos se acercaron por allá, y aunque no lo querían demostrar, temblaban debajo de las pellizas de saca y sus capotes de lluvia, pues ese 31 de octubre estaba siendo frío y lluvioso. Aunque el miedo también arreciaba.

Se escondieron detrás de las piedras talladas y se echaron a suertes quien sería el primero en realizar la prueba.
El mozo con más agallas el “Bravucón” despreció esa forma de elegir el orden y se ofreció a ser él el primero, y con ello demostrar de antemano a los compañeros ser el único que no temía ni a los vivos ni a los muertos.

Tiró a andar calvero arriba, pero según se acercaba a la puerta un aire se levantó de improviso aullando en la tapia y en la verja de entrada, silbando entre lapidas y mausoleos. El gañán que tenía de valiente lo justo, se empezó a poner nervioso, pero su orgullo le impedía volverse y salir corriendo, ya que los compañeros lo verían y perdería la apuesta; con lo cual armándose de valor, aceleró el paso con el afán de pasar el mal trago lo más rápido posible.

Justo llegando al recinto, la puerta se entreabrió chirriando sobre sus goznes oxidados, mientras un relámpago seguido del retumbo del trueno estalló en el oscuro cielo. 
Todo ello provocó  tal  espanto en el zagal, que girando este sobre sí mismo, salió como alma que lleva el diablo, cuesta abajo y sin atreverse a mirar atrás.
Los amigos lo vieron venir a todo correr, medio llorando, desencajado de terror, con el rostro demudado gritándoles:

¡¡¡Me persiguen las ánimas!!!

Los cuatro que le esperaban, salieron zumbando hacia el pueblo para refugiarse en sus casas y encerrarse a cal y canto, pero el que venía hacia ellos sintió como le agarraban con fuera inusitada de sus ropas y tiraban de él sin que pudiera avanzar ni huir del opresor brazo sarmentoso que lo aferraba.

Por la mañana un pastor encontró su cadáver boca abajo, tirado en el suelo, con los dedos  ensangrentados por haber arañado la tierra. Pálido, cubierto de escarcha, con las ropas desgarradas enganchadas en unas zarzas.
El muchacho había muerto a causa de un pánico desmesurado.

Su padre terminó aquel relato con una sentencia:

–Hijo, nunca te burles de los difuntos…

…Justo cuando termina de recordar esa historia, el reloj de la iglesia empieza a desgranar las doce señales convenidas para que los que abandonaron el mundo de los vivos, vuelvan por una noche a mezclarse con ellos.

Santiago llega a escuchar la última campanada junto a unos pasos que se acercan por la calle, y una voz cascada que proclama:

Las doce en puuunto y sereno!

El repiqueteo de la lluvia sobre las tejas arrulla al niño y este se duerme, y por ello no percibe los crujidos de la escalera de madera.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Relato presentado para el concurso:



viernes, 28 de octubre de 2016

Relación compulsiva






Cuantas soledades he tenido que soportar a causa de tus ausencias desmedidas. Claro que te comprendo, y precisamente y porque te quiero nunca quise alejarme, ni quejarme, ni echarte en cara nada. Hasta ahora, que te tengo postrado ante mí. Indefenso y dolorido.

No siempre fue así, lo sé, comenzó a partir del séptimo año en que empezamos a vivir juntos, cuando conociste a la primera, a la que cogiste cariño enseguida. No era nada del otro mundo, nada espectacular, pero para empezar a echar una cana al aire de vez en cuando no estaba nada mal ¿Verdad?

Lo que a la larga me fastidió fue, que la conociste en un centro comercial y estando en mi compañía. Tú, dándome la tabarra con las ventajas de esa nueva relación compartida. Yo callada como tonta, asintiendo, favoreciendo de alguna forma la toma de decisión ¡Dios que lerda  fui!¡Cuanta ingenuidad por mi parte!

Nunca me apartaste de tu lado es cierto, pero había algunos día que se los dedicabas a ella casi en exclusiva. 

Ella te hacía sentir joven, no sabía bien lo que te daba, pero venías luminoso, con cara de felicidad. Renovado y lleno de ilusión. A veces sentía celos al ver como la tocabas y te la comías con los ojos. 
Yo entonces me hacía la interesante contigo, como si no me importara tener una rival, incluso me atrevía a desafiarte, preguntándote con indiferencia donde habíais ido y si os había acompañado alguien más.

Nunca me negaste la respuesta, e incluso me contabas detalles sobre tus aventuras; algo que me dejaba chafadas en mis pretensiones de protagonismo.
Me llegué a acostumbrar, pues tus salidas infieles eran puntuales. Lo que nunca pude imaginar es que llegaría una segunda que te atraparía en sus redes seductoras y que con ella se esfumarían mis esperanzas de que tu tiempo fuera en exclusiva para mí. 

¡Eras mío! Y no pensaba renunciar a mi potestad sobre tu persona. Pero comprendí que si me ponía brava, perdería una guerra imposible con las armas argumentales de las que disponía. 
No me sentía engañada, pues jamás te escondiste para realizar tus actividades lúdicas con ella, y eso me ponía de los nervios y a la vez me desarmaba por ser testigo circunstancial en múltiples ocasiones, de vuestra pasión desenfrenada.

Esta nueva relación te daba más vida si cabe que la anterior. Tu decías que ella te hacía sentir sensaciones nuevas, a la vez que motivos, para permanecer en su compañía más tiempo del establecido en un principio. 
Siempre surgía algún imprevisto para no llegar a la hora de la comida, incluso, lo sé de buena tinta, se atrevía a acompañarte al trabajo en algunas ocasiones, y te esperaba a la salida para hacerlo hasta casa.

Pero la gota que desbordó el vaso de mi paciencia fue la tercera. Más provocadora y con mejor cuerpo, de lineas perfectas. No te cuento mi sufrimiento cuando la veía frente a mi, y a la vez veía el brillo de tus ojos cuando la mirabas.
Sabía comportase en cualquier circunstancia y respondía a tus requerimientos con plena satisfacción. Eso me decías; yo sufría en silencio mi impotencia. Era ella o yo, y sin embargo, no me atrevía a verbalizar mis pensamientos por temor a perderte.

¡Pero claro! 
A todo cerdo le llega su San Martín, y a ti te llegó el descalabro que tarde o temprano tenía que ocurrirte, el que te abriera los ojos de una vez y te desengañase de tanto trajín con ellas.
Y es que esta última te dejó tirado, con el orgullo y la autoestima por los suelos; tú, que presumías de manejarla a tu antojo, de dominarla para conseguir de ella lo que querias.

¡Pues bien! Te restregó tu seguridad por la cara, de lo cual me alegro en parte, por que de esta forma yo he conseguido recuperar la esperanza de pasar más tiempo contigo, convenciéndote que la forma de vida que habías emprendido no podía desembocar en nada bueno; que una aventurilla de vez en cuando a nadie le viene mal para desfogar las tensiones de la semana, incluso quemar alguna de las calorías sobrantes. Actividad que te rejuvenece la piel e incluso le da brillo, te aporta elasticidad y soltura a la hora de desenvolverte en tus quehaceres cotidianos y te cansa como para poder dormir como un niño.

Pero ahora querido, necesitas descansar y reponerte sin prisas de las heridas sufridas en tu cuerpo y en tu ego. Recapacita ahora, sobre lo saludables que son tus salidas y tu relación compulsiva y obsesiva con ellas: con tus queridas.
Espero que hayas escarmentado y que comprendas que lo que tienes en casa es más seguro y fiable. Pues a mi me tienes no solo para tus correrías.

Y es que lo tuyo se estaba volviendo un vicio y una obsesión en vez de en una afición, y es que ¡Tanta bici, tanta bici! no podía ser muy bueno.  






Derechos de autor: Francisco Moroz



domingo, 23 de octubre de 2016

Noche de difuntos




Esta noche Santiago se va a dormir con miedo, pues no en vano sus hermanos mayores le han estado chinchando con historias sobre muertos a lo largo del día.
Mañana se celebra en el pueblo el día de los fieles difuntos y sabe que esta noche les pertenece a ellos, y que saldrán de sus tumbas para recorrer las calles y llevarse a quien se encuentren por ellas. 
Conoce también la leyenda de la santa compaña que recorre en procesión los bosques, buscando nuevos cofrades con las que engrosar sus filas.

Se arrebuja temblando bajo la manta de su cama, no sabe bien si tiembla a causa de esos recuerdos o por la baja temperatura que reina en el caserón del tío de su padre que es el cura de la localidad.

Su catre está en una de las habitaciones abuhardilladas, donde se guardan los baúles llenos de ropa para los parroquianos menos afortunados. No hay armarios, pero si una cortina de arpillera que tapa otro pequeño habitáculo donde en unas alacenas se almacenan los cirios, las velas, y las estampillas junto con los misales y los libros de canto. Las casullas y las sotanas para las misas, cuelgan de perchas de alambre; y más de un susto le han dado algunas noches. 
Tras esa cortina piensa, se pueden esconder asesinos con dagas envenenadas, o arpías y esfinges de esas que describe con tanto detalle el maestro de la escuela.

La iglesia se encuentra al lado del edificio donde él y sus hermanos viven provisionalmente con sus padres y su tío abuelo. La torre tiene un gran reloj que hace sonar las campanas cada hora entera y también a las medias. Lo teme porque sabe, que cuando suenen las doce, con el último toque, saldrán los difuntos de paseo, y el cementerio no queda lejos del atrio ni de la casa del cura.

Quiere dormirse para no tener que escuchar los sonidos que oirá cuando los difuntos pasen por ahí abajo, esos sonidos de ultratumba que se parecen al ulular del aire entre las vigas de madera carcomida o el que hace al pasar por las juntas mal pegadas de los cristales del ventanuco; pero es imposible, todavía le está dando vueltas al suceso ocurrido en el pueblo de su padre, el que le narró hacía tan solo una horas…

…Andaban los mozos más lanzados y fortachones con sus fanfarronadas tal día como hoy, echándose puyas para ver quién era el más valiente de todos ellos. El más bravucón propuso apostar un cordero para el que demostrara serlo sobre todos los demás. La prueba consistiría en ir todos cerca del cementerio esa misma noche, y esconderse detrás de unos sillares que estaban por allí tirados.

Uno por uno y siendo testigos los demás, tendrían que acercarse a la puerta de hierro del campo santo, aporrearla con los puños y hacer ruido para convocar a los difuntos y animarles a salir en pos del osado que lo hiciese.
Llegada la noche cinco muchachos se acercaron por allá, y aunque no lo querían demostrar, temblaban debajo de las pellizas de saca y sus capotes de lluvia, pues ese 31 de octubre estaba siendo frío y lluvioso, aunque el miedo también arreciaba.

Se escondieron detrás de las piedras talladas y se echaron a suertes quien sería el primero en realizar la prueba.
El mozo con más agallas el “Bravucón” despreció esa forma de elegir el orden y se ofreció a ser él el primero, y con ello demostrar de antemano a los compañeros ser el único que no temía ni a los vivos ni a los muertos.

Tiró a andar calvero arriba, pero según se acercaba a la puerta un aire se levantó de improviso ululando en la tapia y en la verja de entrada, silbando entre lapidas y mausoleos. El gañán que tenía de valiente lo justo, se empezó a poner nervioso, pero su orgullo le impedía volverse y salir corriendo, ya que los compañeros lo verían y perdería la apuesta; con lo cual armándose de valor, aceleró el paso con el afán de pasar el mal trago lo más rápido posible.

Justo llegando al recinto, la puerta se entreabrió chirriando sobre sus goznes oxidados, mientras un relámpago seguido del retumbo del trueno estalló en el oscuro cielo. 
Todo ello provocó  tal  espanto en el zagal, que girando este sobre sí mismo, salió como alma que lleva el diablo, cuesta abajo y sin atreverse a mirar atrás.
Los amigos lo vieron venir a todo correr, medio llorando, desencajado de terror, con el rostro demudado gritándoles:

--¡¡¡Me persiguen las ánimas!!!

Los cuatro que le esperaban, salieron zumbando hacia el pueblo para refugiarse en sus casas y encerrarse a cal y canto, pero el que venía hacia ellos sintió como le agarraban con fuera inusitada de sus ropas y tiraban de él sin que pudiera avanzar ni huir del opresor brazo sarmentoso que lo aferraba.

Por la mañana un pastor encontró su cadáver boca abajo, tirado en el suelo, con los dedos  ensangrentados por haber arañado la tierra. Pálido, cubierto de escarcha, con las ropas desgarradas enganchadas en unas zarzas.
El muchacho había muerto a causa de un pánico desmesurado.

Su padre terminó aquel relato con una sentencia:

–Hijo, nunca te burles de los difuntos…

…Justo cuando termina de recordar esa historia, el reloj de la iglesia empieza a desgranar las doce señales convenidas para que los que abandonaron el mundo de los vivos, vuelvan por una noche a mezclarse con ellos.

Santiago llega a escuchar la última campanada y unos pasos que se acercan por la calle, y una voz cascada que proclama: ¡Las doce en puuunto y sereno!


El repiqueteo de la lluvia sobre las tejas arrulla al niño y este, se duerme sin poder escuchar los crujidos de la escalera de madera.






Derechos de autor: Francisco Moroz

sábado, 22 de octubre de 2016

Sueños gloriosos




Condado de Essex -  Inglaterra

Willfred livestock suda copiosamente después de cargar su segunda carreta de estiércol en la granja donde trabaja. Se pasa un paño sucio por la frente. Reflexiona sobre la vida que lleva.
Es de Chelmsfor y pertenece a la servidumbre del señor del condado que es famoso por su lana.

Desde pequeño ya le enseñaron a esquilar y cuidar del ganado; conoce como nadie los mejores pastos al igual que los regatos de agua donde abrevar a las ovejas.
Vive en una casa humilde con techo de paja y barro; nada del otro mundo. Posee un pequeño huertecillo aledaño, en el que el amo le permite sembrar alguna hortaliza.

Los inviernos son duros, aunque las manos encallecidas y los sabañones no son lo peor. 
La sensación más desagradable con diferencia es el hambre, nunca se siente saciado, pues nunca la comida es suficiente. Unas gachas de almortas, un pedazo de cecina dura como la piedra de moler el trigo. Para las fiestas, un trozo de carne de cerdo o un huevo, algo de leche de las ovejas que cuida, con la que elabora un queso agrio.

Por las noches, el escaso fuego que se puede permitir encender con la leña que recoge en el monte comunal y las burdas mantas, son insuficientes para mitigar el frío que tiene metido en los huesos.
Sabe que con este tipo de vida no durará muchos años: Quizás cuarenta, a lo sumo tres más.
En general lleva una vida miserable.

Pero sus sueños son gloriosos: Ve dragones voladores que escupen fuego por sus alas, y monstruos recubiertos de armaduras que son capaces de flotar en el agua. Magia negra y destructiva de hechiceros que hacen desaparecer ciudades más grandes que Hertfordshire, Sulfolk o la mismísima Londres, entre resplandores cegadores de sol. 

Es testigo de enfrentamientos violentos entre dioses arcanos, guerreros acorazados, como los de las leyendas que narran los viejos alrededor de la hoguera los días de asamblea. 
Es todo tan real que hasta el destino de todo ello parece estar en sus manos.

No sabe a ciencia cierta que significan sus delirios, pues él no es hombre ilustrado como los de la abadía; que saben interpretar los símbolos extraños escritos en los libros antiguos. Pero presiente que algo no está bien dentro de su cabeza. Algo que contraviene el equilibro y el orden divino. Por las noches ve todo ello a través de ventanas que se abren solo para él, donde vislumbra construcciones imposibles y nunca vistas por los hombres, difíciles de levantar solo con piedras. Seres misteriosos con ropajes estrafalarios, que ni los nobles ostentarían en los grandes acontecimientos. Les oye hablar idiomas que no sabe descifrar...

...Tiene visiones que no se atreve a confesar a nadie por miedo a ser tachado de pagano, brujo, hereje o loco. La iglesia es tajante con estas cosas: “El diablo es capaz de envenenar los sueños de los hombres justos, para hacerles caer en tentaciones que conducen a la perdición de sus almas”.

Willfred seguirá ocultando sus visiones, será el secreto que se llevará a la sepultura.


Condado de Essex - Estado de New Yersey (E.E.U.U)

Willfred Player sufre de insomnio, después de contar miles de ovejas para conciliar el sueño se levanta con jaqueca; con la sensación de haber vivido en otro cuerpo. Siempre agotado, sudoroso, con hambre y frío. Está empezando a sospechar que tantas horas invertidas frente al ordenador con los vídeo juegos le están pasando factura a sus neuronas...

...Pero lo que le tiene desconcertado es, ese persistente olor a estiércol en su piel, que le acompaña cada mañana al despertar.



Derechos de autor: Francisco Moroz



jueves, 20 de octubre de 2016

Flema británica





Paul Willkinson era el prototipo de hombre que atraía a las féminas por su belleza y constitución física. Tenía un encanto peculiar que le hacía despuntar sobre los demás.
Su personalidad no estaba construida sobre artificios ni falsedad, tampoco sobre mentira ni artimaña. Era lo que se dice un hombre honesto y cabal, de esos que las mujeres denominan como: caballeros que se visten por los pies. Las sabía tratar con respeto y cortesía.

Tenía cualidades que le hacían destacar sobre el resto de competidores, cuando se trataba de seducir y conquistar los corazones de aquellas que se cruzaban en su camino.

Por ejemplo su voz de tenor, que resaltaba en la coral con brío arrollador.
Cuando cantaba parecía escucharse el sonido profundo del océano con las olas batiendo en los acantilados. Todos temían hacer pareja con él en los dúos. Los compañeros le miraban con resquemor, nadie podía competir con ese don natural que Paul parecía poseer.

Todos se sorprendieron cuando su cadáver apareció flotando en el Támesis, con heridas de arma blanca; muchos sabían de la animadversión que le profesaban algunos, pero hasta el punto de que fueran capaces de terminar con su vida, no.

Las investigaciones se llevaron a cabo con diligencia, como todo lo que se hace en la capital británica, pero los resultados de las pesquisas se hacían esperar. Los noticiarios y los periódicos se hacían eco de la noticia; pues no en vano se trataba de una de las mejores voces masculinas del coro de la Abadía de Westminster. Nadie podía comprender las razones que habían motivado el macabro suceso.

Todo empezó a encauzarse cuando el inspector que tomó el caso, dictaminó de manera convincente, que el perfil del asesino era el del típico individuo envidioso, falso, y celoso de las virtudes ajenas. De esos que de cara te adulan, te palmean y te abrazan, mientras que por detrás te clavan puñales en la espalda.

El caso estaba claro, ahora habría que empezar a interrogar a unos cuantos cientos de ciudadanos británicos, dentro del entorno cercano a la víctima.

Pero era solo cuestión de tiempo y de ganas.



Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 13 de octubre de 2016

Encuentros




Conducía con los ojos anegados en lágrimas de dolor, le habían avisado unas horas antes del accidente grave sufrido por ella y de su consiguiente traslado a urgencias.
Él conducía lo más rápidamente que podía, se podría decir que incluso con temeridad, no admitía el no estar a su lado en esos momentos de necesidad, ella seguro que le estaba llamando, diciendo su nombre perentoriamente. Debía llegar como fuera, no podía imaginar perderla y no estar presente.

Mientras su coche rodaba enloquecido por el asfalto de la ciudad, su mente le traía los recuerdos compartidos donde siempre eran protagonistas los dos…

... Cuando se conocieron por Internet, el primer encuentro con los nervios a flor de piel temiendo decepcionar al otro. El primer beso, los primeros planes de futuro. Todo el amor que se habían dedicado entregándose a la certeza de que lo suyo sería eterno. Eran jóvenes y tenían toda la vida por delante para amarse y enamorarse cada día el uno del otro, compartiéndolo todo.

Su palabra favorita era: encuentro, pues ellos sabían encontrarse en cada situación. Con las miradas, con las manos. Poseían la intuición de saber que era lo que el otro necesitaba a cada momento.

Encuentros en la intimidad con sus cuerpos, en público con sus sonrisas y palabras; su relación era un puro encontrarse a cada instante…Y ahora la maldita lluvia era la responsable de que ella estuviera en el hospital, postrada, sola, sin él, después de que su automóvil se saliera de una carretera comarcal y cayera a un barbecho pronunciado. Cuando la encontraron estaba inconsciente y su cabeza sangraba profusamente.

¡No! No quería recordar más los detalles que le contaron por teléfono desde el hospital.

Aceleraba cada vez más, necesitaba verla y cogerla de la mano para que notara su presencia, no iba a ser esta la única vez en que no se pudieran encontrar.
Un semáforo se encendió rojo, como la sangre, pero sus ojos solo veían su imagen, la de su amada que le esperaba.

Consiguió llegar al centro hospitalario, pero justo en el momento en que ella expiraba y abandonaba su cuerpo. Él gritó, pero no pareció oírle nadie, estaban todos muy concentrados en tapar el rostro de su chica y mover sus cabezas de izquierda a derecha como para confirmar que no había más que hacer.

Él les empujó para quitarles de en medio pero ella, le vio, le cogió de la mano y le miró a los ojos dándole a entender que le amaba, que no le había fallado, que estaba allí, acudiendo a su llamada desesperada.

La miró él a su vez, con tanta dulzura, que se sintió liviano como el aire, el mismo que les alzaba a ambos impulsándolos hacia arriba en un abrazo.
Como volutas de humo se fundieron en una misma alma para continuar viviendo su amor en lo ilimitado de la eternidad.

En un cruce de la ciudad un coche se saltó un semáforo y aparecía destrozado junto a una farola medio derribada. Algunas personas pedían ayuda, otros llamaban con sus teléfonos a los servicios de urgencias y los más, contemplaban en la distancia el cuerpo roto del único ocupante que aún a pesar de haber muerto violentamente, lucía en su boca una preciosa sonrisa de felicidad.

El encuentro se había consumado por última vez.



Derechos de autor: Francisco Moroz

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