lunes, 13 de febrero de 2017

Te confieso





Ahora que nos han dejado solos por un momento, tengo que confesarte que nunca te he dejado de amar. 
Te doy las gracias por los años que hemos compartido y el tiempo que me has dedicado. Por todas tus renuncias y sacrificios para que esta relación durase. Y a pesar de ello eres tú el que me dejas.  
Soy consciente que el amor siempre fue cosa de dos, que ambos pusimos empeño y razones, ilusión y corazón para que lo nuestro saliese adelante. Y por eso mismo, no quiero renunciar a ello aún.

Comprendo que todo tiene su fin y que con eso hay que vivir. Sé que me quedarán buenos recuerdos, pero no serán suficientes para hallar consuelo por tu ausencia.

Cuando pienso en todas las cosas que hemos disfrutado juntos me enorgullezco que sumen más que las que nos ocasionaron padecimientos, que las que nos hicieron llorar y entristecernos.

Recuerdo como si fuera ayer cuando nos conocimos, éramos casi unos niños a los que les gustaba dar largos paseos por los jardines de la ciudad y las calles del barrio. Disfrutábamos del presente inmediato y planeábamos futuros en común.
Traigo a la memoria las largas conversaciones, los encuentros inesperados a la salida del instituto o en la boca del metro; nuca fuimos capaces de estar más de dos días sin vernos. Después la universidad y el trabajo, las responsabilidades de adultos que no podíamos soslayar, pero siempre propiciando momentos dedicados a los dos, pues no concebíamos la existencia del uno sin la del otro. 

Nos decíamos que teníamos la vida entera para compartirnos y darnos a manos llenas.
Todo se alargó durante diez años, años esperanzados de noviazgo, cobijando ilusiones, pensando en cómo sería nuestro porvenir como pareja enamorada.

Y como todo llega, también lo hizo nuestro compromiso que no era otro que el de permanecer juntos pasase lo que pasase. 
Esa misma promesa que para otros significaban la cadena que los esclavizaba, solo palabras, pensadas para ser incumplidas con el paso del tiempo. A nosotros nos sonaban a bienaventuranza, era todo lo que habíamos esperado, la consecución de todos nuestros deseos. Ningún infortunio acabaría con lo nuestro, con el vínculo por el que tanto habíamos apostado.

Recuerdo mis nervios ante el altar apretándote la mano con fuerza, por temor a que ese momento fuese un espejismo que estuviera a punto de esfumarse, un sueño del que iba a despertar sin querer hacerlo ¡Pero no! Tú estabas allí, junto a mí, sonriendo cómplice, comunicándome con la mirada tu mensaje: los dos habíamos conseguido aquello y estar ahí, después de un largo camino era el final del principio, y no ibas a renunciar a ese momento aunque temblases de incertidumbre.

De una pequeña casa hicimos nuestro hogar, donde faltaban rincones para las cosas materiales y sobraba sitio para ofrecernos el uno al otro con plenitud. Después esos espacios se fueron llenando de calidez, de amigos y familia a los que hacíamos participes de nuestras emociones.
Nunca nos sentíamos solos pues con los años también llegaron los hijos que tanto nos aportaron a la relación, esos duendes a los que ya les habíamos puesto cara y nombre antes de nacer. 
Todo se llenó de juegos, risas, y llantos nocturnos, lecturas y canciones en común y muchos desvelos.

Ellos ya alzaron el vuelo hacía tiempo, con esas alas fuertes que les crecieron gracias a los valores y los ideales que les inculcamos; nos costaron muchas noches intranquilas, preocupaciones relacionadas con los estudios, los noviazgos y las compañías. 
Pero lo hicimos bien. Supieron aprovechar sus oportunidades y nuestros consejos ¿Qué hubiera sido si tú y yo no hubiéramos estado unidos en todo, y junto a ellos?

Por eso, permíteme que ahora llore por lo que está a punto de acabar, precisamente hoy: San Valentín, un día que jamás llegamos a celebrar como algo especial, pues nos parecía absurdo celebrar un amor que había que festejar a diario.

Hoy me dejas a mi suerte, después de tantos años de abrazos y besos. Nunca necesité más pruebas de tu amor, me sobraron las flores que se secaban, los regalos caros que se pasaban de moda y los adornos que se rompían. 
Me bastaba con tus miradas que me transmitían a diario todo lo que sentías por mi; tus delicadas caricias, como si yo fuera tu bien más preciado y sobre todo, tus palabras exclusivas dedicadas a mi persona.

Te marchas y me dejas, soy consciente que lo que me diste es lo que me quedará en su totalidad. Te recordaré siempre como el niño grande que eras, a pesar de tu fuerte personalidad, irradiando ternura, pues siempre fuiste el hombre sensible del que me enamoré.

Me siento frágil, débil, impotente y triste con tu partida; pero tengo la esperanza de volvernos a encontrar en algún cruce de caminos y en que nos reconoceremos, y volveremos a dar largos paseos, conversando sobre otro futuro más perfecto en común, uno que no tenga final.

Te cojo la mano y te la aprieto como para no dejarte escapar, me correspondes con tus últimas fuerzas, y me ofreces con un hilo de voz tu mejor regalo, el único y deseado presente que necesito antes de la despedida, un: ¡’Te amo!

Me acerco y te beso en los labios. Suspiras y te vas con una sonrisa que hará más llevadera tu marcha.

¡Feliz día de San Valentín mi amor! Gracias por lo que me diste.
Confieso, que nunca te olvidaré.






Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 7 de febrero de 2017

Su nombre




Podría haberse llamado alegría pues la trasmitía a los que la rodeaban. Armonía también, pues la música era parte de su vida y ella interpretaba una melodía muy especial en los corazones de quien la presentía.

Era cercana a causa de su generosidad, no necesitaba el reconocimiento ni la compasión de nadie. Era humilde como esas flores que nacen no para ser admiradas sino para compartir su belleza natural y hacer el mundo un poco más hermoso.

Se podía haber llamado felicidad, pues sus ideales eran sencillos, equiparables al del resto de personas y a pesar de ello capaz de ir más allá. Quería que su entorno brillase con esa luz que emerge del interior de las almas buenas, con lo cual igualmente hubiera podido llamarse estrella.

¿Por qué no? También fe, pues era ese el motor que la impulsaba cuando no todo era fácil y los obstáculos parecían insalvables.

Con una sonrisa o una solo palabra, animaba y empujaba a los que se pudieran sentir derrotados. Desarmaba los argumentos de los malhumorados con la existencia, reconciliándolos con sus semejantes y con las circunstancias del entorno.

Sus manos expresaban lo que desbordaba a raudales, que no era otra cosa que entusiasmo. Esa vitalidad de agua cantarina y transparente.
Un lienzo dispuesto donde pintar con colores lo negro y lo gris, donde alzar soles que disiparan las nubes borrascosas. Respiraba arte y no llevaba sin embargo el apelativo de ninguna musa aunque fuera inspiradora.

La podíamos haber conocido con algún nombre complicado o compuesto, pero hasta en eso era humilde, pequeña y prudente. Precisamente por ello y ante los ojos de los que la conocieron fue grande ¡Enorme! Hasta el final, ese que le deparó un destino que está escrito y es ineludible para todos los mortales.

Cuantos, hubieran querido cambiar por prólogo su epílogo y no haber tenido que escribir epitafios. Cuantos, no la hubiesen retenido a su lado, pues tenía tanto que decir todavía, mucho que crear, tanto por besar y acariciar a los suyos. Tanto que sonreír con los ojos a los que se cruzaran con su mirada.

Estoy seguro que su miedo a no ser recordada se habrá difuminado ya, como las sombras que huyen de una mañana luminosa, pues seremos muchos los que la recordaremos no solo por su nombre, también como hija, hermana, esposa y madre. Amiga y buena compañera, maestra, artista, intérprete y pintora y antes que nada; como la gran mujer llena de entusiasmo y buenas vibraciones que era.

¡Sí! Se podría haber llamado de muchas formas pero la conocimos simple y llanamente como Ana.

"Hay luto en mi corazón por tu partida"


Descansa en paz.


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