viernes, 3 de junio de 2016

Ella




Es la muchacha más bonita del hospital en el que trabajo como enfermero; me tiene perdidamente enamorado de su vida, de su forma de ser. Abierta y desenfadada, hace que mi jornada laboral se convierta en una fiesta.
Solo con verla me conformo, y me escapo de mi planta a la suya para poder empaparme de su presencia.

De vez en cuando me acerco con cualquier excusa y la saludo y le pregunto si necesita algo, cómo está, y si lleva bien la mañana.
¡Es genial! Me trata desde el primer día como a alguien en quien confía plenamente, y eso hace que mi autoestima suba por las nubes. Es una chica estupenda, de esas personas que te llenan de plenitud y dan sentido a todos tus actos, de las que hacen que te vuelvas positivo, de las que contagian toda su energía positiva a los que tienen alrededor.

Me pongo algo celoso cuando me asomo a la puerta y veo a alguien conversando junto a ella; tengo que aprender a controlar mis sentimientos desbocados, pues nadie pertenece a nadie y menos alguien como ella, libre como los pajaritos. Ella, capaz de alegrar tan solo con una mirada y hacerte sonreír con una sola palabra.

En este ambiente hospitalario tan triste, tan opresor, y estresante, representa un sorbo fresco de agua en un erial de desamparo y desesperanza.

Es de esa casta de seres humanos tan especiales, que atraen al resto, haciéndolos gravitar en torno suyo sin querer; de esos a los que en un comienzo te entregas sin remisión al ver su fortaleza y resolución para enfrentarse a cualquier reto.
Ella tiene 16 años, cáncer, y una sonrisa gozosa.

Es la muchacha más bonita del hospital y nos tuvo enamorados desde el comienzo.




Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 31 de mayo de 2016

Tanto amor



Cuando ella le dejó, él huyó de la sombra que le hacía el vacío de su ausencia.
Se sintió abandonado y solo;  puso distancia, marchó del pueblo donde ellos vivieron y la casa que habitaron; de ella y los recuerdos que le quedaban de su presencia.

Pero jamás se recuperó de la soledad que le embargaba desde su partida, y la añoraba como ningún otro hombre enamorado podría añorar a su amada. Ahora ha vuelto a leer las cartas escritas de cuando eran novios, y llora en el silencio de la habitación de una pensión gris, como su pesar. Mira su foto una vez más y decide poner fin a tanto dolor.

Este será el primer día de su renacer, de su volver a la plenitud de su vida perdida. Ha decidido ir a su encuentro, volverla a ver no solo una, sino todos los días mientras las fuerzas le acompañen.

Sale afuera y agarra el chubasquero, monta en su vieja bicicleta y recorre los 43 kilómetros que le separan de su amor, de aquella mujer que le fue arrebatada a traición y cuando más felices eran.

Llegó empapado por la lluvia y por las lágrimas que corrían libres desde sus ojos; compró un bonito ramo de flores para no llegar con las manos vacías y se presentó donde ella moraba.

Abrió la puerta del campo santo y allá frente a su tumba le prometió que todos los días vendría a verla, costase lo que costase. Pues su amor había echado tales raíces en su corazón que hasta que no llegara su propia muerte sería imposible el olvidarla.




Derechos de autor: Francisco Moroz.


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