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miércoles, 8 de marzo de 2017

Dura lex, sed lex

Dedicado a todas las mujeres tenaces y luchadoras. Fieles a sus principios y a sus convicciones.
Con la esperanza que no haya que celebrar días especiales para recordar lo importantes que son.

Especialmente a mis seguidoras blogueras con todo mi cariño.
¡Y que le den al Gray de las 50 malas sombras!





Esta nueva visita a los juzgados por causa de una denuncia por malversación de fondos públicos, me ha hecho recordar aquella otra en la tuve que personarme para solucionar la querella interpuesta por mi ex-mujer a causa del divorcio. Estaba claro que ella lo quería todo y yo no le pensaba dar nada en absoluto.

Me la tenía jurada desde que la abandoné por una fémina de armas tomar, joven, bonita que además era una abogada de prestigio que me iba a solucionar el fregado en el que me hallaba metido por causa de dicha denuncia. Mi anterior pareja  se lo había tomado muy a pecho y me quería hacer la vida imposible. 
Pero como era hombre de muchos recursos, supe salir airoso del lance utilizando la sapiencia en leyes que ostentaba mi actual compañera...

Recuerdo con aprensión lo insoportable que se me hacía la convivencia con mi mujer. Era sosa y aburrida, siempre estudiando para sacar unas oposiciones a no sé qué, que nunca conseguía superar por las dificultades que tenía a la hora de concentrarse; pues estaba más pendiente de mis continuos devaneos y escapadas que en los libros de texto y los apuntes.

Soy hombre de mundo al que le gusta experimentar nuevas sensaciones, no iba a verme limitado por un matrimonio de conveniencia, y menos por una mujer que no me complacía lo suficiente ni cubría mis expectativas sexuales.

Yo soy un político de éxito que en su momento aprovechó la oportunidad de un emparejamiento con la hija de un director de una de las cadenas de alimentación de renombre, para medrar y prosperar con las influencias y los contactos proporcionados por mi suegro; lo demás me importaba poco, una vez pasada la pasión del romance inicial y después de conseguidos mis propósitos; la relación de pareja se enfrió y me empezó a aburrir.

Me acuerdo de sus lágrimas y sofocos esperando a que apareciese por la puerta tras una larga noche de copas y clubes nocturnos. Era patética en su impotencia. Después vinieron los enfados y recriminaciones, y más tarde las amenazas que terminaban indefectiblemente en largas depresiones y días enteros sin dirigirme la palabra.

Ya tenía todo bien atado de antemano, para que ni un presunto divorcio o una denuncia tan siquiera, salpicase mi meteórica carrera, o pudiese hacer mella en mi economía personal.
Ella juró por lo más sagrado que se vengaría de mí costase lo que le costase. Me reía en su cara al igual que me congratulaba cuando se lo comentaba a los amigos de juergas y trasnochadas o a mis eventuales amantes.

Yo me salía con la mía siempre y a pesar de todo. Esa bruja no me cazaría en sus redes de mujer amargada y resentida que pretendía que siguiese un guión ordenado según su mentalidad pacata e insulsa de fiel esposa entregada.

Como era de esperar y al cabo de los años, hizo lo que se presuponía que iba a hacer tarde o temprano: Pedir el divorcio interponiendo una denuncia en toda regla. Quería sacarme hasta la cerilla de los oídos; pero para eso tenía yo a mi flamante abogada, a la que conocí en el bufete al que acudí para asesorarme sobre el caso que se me presentaba.

No quería pagar ni un euro a la arpía, y la estrategia a seguir iba a llevarse a cabo en el juicio pendiente que tuvo lugar una mañana como la de hoy. Mi abogada había desarrollado un plan para evadirme de toda responsabilidad utilizando toda suerte de vericuetos legales a mi favor que me exonerarían de abonar ninguna cantidad pecuniaria por eso de no tener hijos a los que mantener. Saliendo por otra parte de rositas, de la trampa que presuntamente me quería poner la víbora de mi ex.

Verla en el juicio que se instruyó y mirarla a la cara, fue todo un espectáculo, resultó una gran satisfacción y más, cuando después de las conclusiones y el veredicto del juez vi pintada en su rostro la decepción al no haber conseguido absolutamente nada.
La jugada perfecta tuvo lugar, y vi como sus ilusiones por arruinarme la vida quedaban en una frustración desmesurada cuando mi abogada defensora supo presentar pruebas falsas pero bien urdidas, haciéndola incluso parecer culpable de infidelidad y acoso...

Todo estos recuerdos de ese día memorable de hace unos ocho años en las que gané una batalla más, quedando impune, me han hecho sonreír de nuevo al entrar hoy por la misma puerta, flanqueado por mi imponente, eficiente y apasionada abogada personal. Con una autocomplacencia que se me puede leer  en el rostro al saberme libre de antemano, de las acusaciones de unos estúpidos indignados del ayuntamiento, que me acusan por apropiarme de fondos públicos. 

Quejas, insultos, improperios y abucheos a mi paso. Me entran por un oído y me salen por el otro, eso no me va a hacer sentir culpable, aunque a fe lo sea ¡Y mucho!

Después de echar un vistazo rápido a la sala, la veo allí sentada con cara de pocos amigos y con una sonrisa torcida y lobuna que no presagia nada bueno para mi persona.
Al instante, se me caen los palos del sombrajo a la par que el alma a los pies.
Al final la mala pécora consiguió su propósito. Aprobó las oposiciones, y recordé de sopetón que para mi desgracia, dichas oposiciones eran para juez de lo penal-administrativo. 

Y allí estaba ella, vestida como viuda negra, sentada en lo alto del estrado, dispuesta a destrozarme y hacer de justicia ciega... ciega de odio y sedienta de venganza, de esa que se sirve fría y está a punto de ser aplicada en mi contra, en forma de instrucción judicial con todas las de la ley.
Esta vez presiento, que no saldré airoso como la primera en la que me enfrente a esa mujer, de la que no me dio tiempo a conocer en todas sus facetas. 




Derechos de autor: Francisco Moroz



sábado, 4 de marzo de 2017

In Crescendo




Ella me cautivó desde el momento en que la vi por primera vez en aquella fotografía en la que aparecía con pose provocadora. Me acabó por convencer de que esa chica de larga melena color caoba y ojos verdes felinos, era la mujer que me correspondía. La que llenaría mis días de razones para vivir, aquella por la que nunca dejaría de suspirar, la que adornaría mis sueños de gratas sensaciones, la que culminaría mi búsqueda incesante; la que aportaría una justificación para seguir respirando diariamente.

Anunció que pasaría por mi ciudad para estar cerca de mí, y se me insinuó para que la acompañara una de aquellas contadas noches en la que me dedicaría unas cuantas horas de su preciada presencia.
Me hacía feliz aquella invitación, era el elegido por la diosa Afrodita, que con su simple presencia eclipsaba a las más radiantes luminarias femeninas. Era yo, un simple mortal que no aspiraba a tanto, el correspondido con su amor.

Me preparé pues para la cita deseada durante tanto tiempo de ausencias. 
Al cabo de una semana ella, mágica y perturbadora, llegaría. No quería defraudarla demostrando no estar a la altura de las circunstancias, no quería avergonzarla con un aspecto desaliñado con lo cual; me compré ropa nueva y me hice un buen corte de pelo, me afeité a conciencia e impregné mi piel con un costoso perfume varonil de irresistible fragancia.

Cuando llegue el momento, pensé, portaré esa invitación impresa, junto con el anuncio y la fotografía que mi amada me envió como guiño seductor, y saldré por la puerta a su ansiado encuentro.

No, ella todavía no conocía mi aspecto, pero ansiaba conquistarla con mi presencia; no es que fuera ningún modelo de pasarela ni un Adonis, pero confiaba en que mi devoción por su persona supliera mis pequeñas imperfecciones.

-No necesitaré hablarle, -me dije. Únicamente la miraré y a lo mejor, ella, también posa sus ojos en mi persona. Saltarán chispas que encenderán una pasión inconmensurable que nunca tendrá final; como universo que se expande hasta el infinito llenando con brillantes estrellas los espacios vacíos y oscuros de un interior en el que únicamente tendrá cabida su esencia de mujer.

¡Por fin! Llegó la noche en la que ella y yo estaremos juntos, estoy nervioso como un adolescente con el anhelo de un primer beso de amor verdadero, tiemblo, aunque la temperatura exterior sea cálida. Mis poros se dilatan ante la expectativa del encuentro, el vello se eriza en mi piel por causa de escalofríos intermitentes de emoción.
No puedo explicar ninguna de las sensaciones que me embargan y temo no ser dueño de mis impulsos cuando llegue el tan ansiado contacto.

Entro en el recinto donde me ha dado cita con pasos dubitativos, como queriendo huir ante un peligro presentido, pero mis pies avanzan mecánicamente. A lo mejor es por el ambiente ruidoso que reina en mi entorno que mi cabeza ha perdido las directrices prefijadas; y sea el corazón el que ha tomado el mando y el que marca con sus latidos el ritmo de mis piernas, el que me incita a acercarme más y más, buscando el lugar más próximo por donde espero que ella haga su entrada.

Quiero que me vea en cuanto su mirada se alce buscándome entre la gente, que me llegue cercana su voz en cuanto sus labios se separen.

La adrenalina se dispara cuanto de improviso, en este espacio creado para ella y para mí, se hace el silencio repentino y la oscuridad. Sé que ha entrado en escena en cuanto a su alrededor, la luz se enciende y parece buscarla hasta que la encuentra, descubriendo esa presencia etérea que me enamoró desde que la conocí, esos movimientos acompasados y seductores al ritmo de una melodía que comienza a oírse como telón de fondo, unas simples notas que suenan a promesa con su primeros acordes, que hacen vibrar todo mi ser, incitándome a gritar de emoción y alegría; y esas notas In Crescendo, son las que desatan en mi cuerpo la imperiosa necesidad de entrega.
La exigencia de declarar mi amor incondicional a su persona. Sin vergüenza, a pesar de la multitud que me rodea, que estorba y condiciona la exclusiva intimidad que deseo mantener con mi amada.  

¡Por fin! levanta su mirada para enseñarnos esos ojos felinos y verdes como piedras de esmeralda, barriendo con ellos todo el auditorio y encontrándose con los míos que ya lagrimean de tanta tensión acumulada.

Es entonces cuando se acerca al micrófono y su voz sensual y acariciadora reverbera a través de los amplificadores y siento que su canción está dedicada expresamente a mí, a pesar de estar arropado por otras dos mil personas devotas incondicionales de su preciosa música. Y el amor lo inunda todo en una noche que se hará inolvidable y con la que llenaré mis horas de soledad hasta la siguiente cita con ella.  



Derechos de autor: Francisco Moroz


                                Relato dedicado a Conxita Casamitjana. Te lo debía ¿Recuerdas?



lunes, 27 de febrero de 2017

Carnaval des animaux





Cuando llegaste no te conocía, pero enseguida conectamos los dos de tal manera, que me hicieron responsable de tu aprendizaje; me convertí en más que un compañero. Disfrutábamos juntos, y compartimos muchas situaciones que recuerdo con verdadero deleite.

Casi nos hemos convertido en pareja de hecho, solo nos falta irnos a vivir juntos, pero ese paso no me atrevo a darlo todavía ¿Qué pensaría la gente si nos viera caminar por la calle de la mano?
Por lo tanto tan solo somos amigos, pero muy especiales, y lo dejaremos ahí de momento. Los pasos importantes hay que darlos con moderación.

Por eso me tiene tan asustado la propuesta del director para que los empleados asistamos mañana al trabajo disfrazados para que los clientes se encuentren con un ambiente especial, y de esta manera compartir con ellos nuestra actividad cotidiana, y de paso, naturalmente, promocionar el centro ¡Ni que esto fuese Disneylandia o el circo Bailey de los hermanos Ringling y Barnum! Uno tiene su dignidad y el payaso lo hago cuando a mi me da la gana y no cuando quieren los demás.

Ya sé que es carnaval y que te haría ilusión verme disfrazado. Participar conmigo como acompañante femenina, pero sabes que no me gustan estas tonterías que se inventan los que no tienen otra cosa mejor que hacer que entretenerse con estos espectáculos tan superfluos.

Creo que mi cometido es quererte y cuidarte para que no te falte de nada. Tenerte como a una reina, como a la niña de mis ojos, pues la verdad es que a simpática y cariñosa no te gana ninguna.
Creo que hasta los compañeros de trabajo nos tienen cierta envidia, y que a algunos les gustaría estar en mi lugar, haberse ganado tu confianza y tu amor.

Por otro lado, sabes que ya se ríen bastante de los frikis como yo, y que bastaría con que me vieran aparecer disfrazado con una máscara, una capa, y mallas ajustadas, para empezar a cachondearse a mi costa durante toda la jornada. No quiero que te avergüences de mí, preciosa.

Tampoco me gusta aparentar ser alguien que no soy en realidad: un pirata, un guerrero con armadura, un Cherlock Holmes de pacotilla, el Yeti, Drácula o un hombre de las cavernas. Batman o Spiderman ¡Me niego a parecer un gilipollas!

Me encuentro bien con lo que soy, me basta con que tú me mires con esos ojazos que tienes como dos soles para sentirme como un súper héroe y no creo que tenga que ponerme nada para poder acompañarte. Seguro que te haría ilusión ¡Lo reconozco! Pero de verdad que no lo considero oportuno, me sentiría ridículo y fuera de lugar.

No nos hace falta disfrazarnos de nada para ser el centro de todas las miradas. Mi uniforme tampoco está tan mal y sabes de hecho, que hacemos tan buena pareja que llamamos la atención de los clientes que se dan la vuelta cuando nos ven pasar.

¡No obstante te sorprenderé! ¡Lo haré solo por ti! Y te adelanto que no me pondré ropa, más bien me la quitaré, y de esa forma me presentaré ante tu pabellón y aunque te llames “Nica”, te diré:

–Hoy estás especialmente mona, Chita. –Para a continuación lanzar el característico grito mientras me golpeo el pecho con los puños, sorprendiendo a los desprevenidos visitantes.

Para celebrar como Dios manda un carnaval dentro del zoo, no hace falta hacer tantas monadas como pretenden que hagamos.


– ¡Que les den morcillas a todos! Mientras tú y yo felices, comeremos bananas.

Como cuidador no tengo precio.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Este relato se presentó al reto de los relatos anónimos de la comunidad de: Relatos compulsivos






viernes, 17 de febrero de 2017

Naufragio





Lleva quince días abrumado por el dolor de la pérdida, y el único sitio que parece proporcionarle cierto consuelo es la playa.
Por ella pasea todas las mañanas, mirando el mar y las enormes olas que se alzan a causa del temporal que agita las aguas; que no parece tener la intención de amainar, como para recordarle de forma perenne el episodio desgarrador que tuvo lugar allá a lo lejos.

Él y sus tres compañeros salieron a faenar como todos los días, teniendo en cuenta la previsión meteorológica que por la tarde anunciaba fuertes borrascas con viento racheado del norte que podrían representar cierto riesgo.

Decidieron  por ello, no alargar mucho la jornada de pesca y regresar temprano a puerto. El fenómeno les sorprendió al mediodía, en plena faena, de tal manera, que a pesar de su experiencia, la maniobra se les complicó.
Temiendo por su seguridad avisaron a salvamento marítimo, pero cuando estos llegaron era demasiado tarde para sus compañeros, que se fueron al fondo golpeados y enredados con los aparejos. El barco se perdió junto con sus cuerpos.
Él fue rescatado, pero gustosamente se hubiera cambiado por ellos. Pues parece haberlo perdido todo desde aquella tragedia.

Sus recuerdos se van difuminando en su cabeza según pasan los días, las personas a las que conocía no le saludan como antes hacían, como si no le vieran. Parecen echarle en cara la muerte de sus amigos por haber sido el patrón del barco naufragado. Su mujer y sus hijos ignoran su presencia, parecen sufrir mucho llorando de continuo, echa de menos sus abrazos.
Se disponen a abandonarle definitivamente.

Se siente desolado por la incomprensión ¿Qué culpa tuvo él del maldito suceso, si intentó poner a salvo a su pequeña tripulación? ¿Si abandonó la embarcación el último, cuando no tuvo más remedio al ver todo perdido?

La playa se ha convertido en su único refugio…

…En casa de un pescador están de duelo por el naufragio de un pesquero hace quince días. Una mujer llora, a punto de marchar con sus dos hijos pequeños rumbo a la ciudad.
Su hogar, ese remanso de armonía que era, se ha convertido en una tumba desde que el hombre al que amaba pereció ahogado.

Era el patrón del barco, de los cuatro tripulantes, el único que no pudo ser salvado. 




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 13 de febrero de 2017

Te confieso





Ahora que nos han dejado solos por un momento, tengo que confesarte que nunca te he dejado de amar. 
Te doy las gracias por los años que hemos compartido y el tiempo que me has dedicado. Por todas tus renuncias y sacrificios para que esta relación durase. Y a pesar de ello eres tú el que me dejas.  
Soy consciente que el amor siempre fue cosa de dos, que ambos pusimos empeño y razones, ilusión y corazón para que lo nuestro saliese adelante. Y por eso mismo, no quiero renunciar a ello aún.

Comprendo que todo tiene su fin y que con eso hay que vivir. Sé que me quedarán buenos recuerdos, pero no serán suficientes para hallar consuelo por tu ausencia.

Cuando pienso en todas las cosas que hemos disfrutado juntos me enorgullezco que sumen más que las que nos ocasionaron padecimientos, que las que nos hicieron llorar y entristecernos.

Recuerdo como si fuera ayer cuando nos conocimos, éramos casi unos niños a los que les gustaba dar largos paseos por los jardines de la ciudad y las calles del barrio. Disfrutábamos del presente inmediato y planeábamos futuros en común.
Traigo a la memoria las largas conversaciones, los encuentros inesperados a la salida del instituto o en la boca del metro; nuca fuimos capaces de estar más de dos días sin vernos. Después la universidad y el trabajo, las responsabilidades de adultos que no podíamos soslayar, pero siempre propiciando momentos dedicados a los dos, pues no concebíamos la existencia del uno sin la del otro. 

Nos decíamos que teníamos la vida entera para compartirnos y darnos a manos llenas.
Todo se alargó durante diez años, años esperanzados de noviazgo, cobijando ilusiones, pensando en cómo sería nuestro porvenir como pareja enamorada.

Y como todo llega, también lo hizo nuestro compromiso que no era otro que el de permanecer juntos pasase lo que pasase. 
Esa misma promesa que para otros significaban la cadena que los esclavizaba, solo palabras, pensadas para ser incumplidas con el paso del tiempo. A nosotros nos sonaban a bienaventuranza, era todo lo que habíamos esperado, la consecución de todos nuestros deseos. Ningún infortunio acabaría con lo nuestro, con el vínculo por el que tanto habíamos apostado.

Recuerdo mis nervios ante el altar apretándote la mano con fuerza, por temor a que ese momento fuese un espejismo que estuviera a punto de esfumarse, un sueño del que iba a despertar sin querer hacerlo ¡Pero no! Tú estabas allí, junto a mí, sonriendo cómplice, comunicándome con la mirada tu mensaje: los dos habíamos conseguido aquello y estar ahí, después de un largo camino era el final del principio, y no ibas a renunciar a ese momento aunque temblases de incertidumbre.

De una pequeña casa hicimos nuestro hogar, donde faltaban rincones para las cosas materiales y sobraba sitio para ofrecernos el uno al otro con plenitud. Después esos espacios se fueron llenando de calidez, de amigos y familia a los que hacíamos participes de nuestras emociones.
Nunca nos sentíamos solos pues con los años también llegaron los hijos que tanto nos aportaron a la relación, esos duendes a los que ya les habíamos puesto cara y nombre antes de nacer. 
Todo se llenó de juegos, risas, y llantos nocturnos, lecturas y canciones en común y muchos desvelos.

Ellos ya alzaron el vuelo hacía tiempo, con esas alas fuertes que les crecieron gracias a los valores y los ideales que les inculcamos; nos costaron muchas noches intranquilas, preocupaciones relacionadas con los estudios, los noviazgos y las compañías. 
Pero lo hicimos bien. Supieron aprovechar sus oportunidades y nuestros consejos ¿Qué hubiera sido si tú y yo no hubiéramos estado unidos en todo, y junto a ellos?

Por eso, permíteme que ahora llore por lo que está a punto de acabar, precisamente hoy: San Valentín, un día que jamás llegamos a celebrar como algo especial, pues nos parecía absurdo celebrar un amor que había que festejar a diario.

Hoy me dejas a mi suerte, después de tantos años de abrazos y besos. Nunca necesité más pruebas de tu amor, me sobraron las flores que se secaban, los regalos caros que se pasaban de moda y los adornos que se rompían. 
Me bastaba con tus miradas que me transmitían a diario todo lo que sentías por mi; tus delicadas caricias, como si yo fuera tu bien más preciado y sobre todo, tus palabras exclusivas dedicadas a mi persona.

Te marchas y me dejas, soy consciente que lo que me diste es lo que me quedará en su totalidad. Te recordaré siempre como el niño grande que eras, a pesar de tu fuerte personalidad, irradiando ternura, pues siempre fuiste el hombre sensible del que me enamoré.

Me siento frágil, débil, impotente y triste con tu partida; pero tengo la esperanza de volvernos a encontrar en algún cruce de caminos y en que nos reconoceremos, y volveremos a dar largos paseos, conversando sobre otro futuro más perfecto en común, uno que no tenga final.

Te cojo la mano y te la aprieto como para no dejarte escapar, me correspondes con tus últimas fuerzas, y me ofreces con un hilo de voz tu mejor regalo, el único y deseado presente que necesito antes de la despedida, un: ¡’Te amo!

Me acerco y te beso en los labios. Suspiras y te vas con una sonrisa que hará más llevadera tu marcha.

¡Feliz día de San Valentín mi amor! Gracias por lo que me diste.
Confieso, que nunca te olvidaré.






Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 30 de enero de 2017

Metafóricamente hablando





Este fin de semana he desconectado de la realidad, y no he encontrado manera más relajada de hacerlo que ordenando las estanterías donde cohabitan mis libros más queridos.

Mi biblioteca es un habitáculo donde los tomos cubren las paredes de parte a parte, remedio eficaz para no tener que pintarlas, pues quedan totalmente forradas con madera y cartoné, y toda la sabiduría de mis autores favoritos.

Algunos quedan a siete alturas sobre el nivel del suelo y necesito por tanto, una pequeña escalera para alzarme sobre ese dechado de conocimiento escrito y convenientemente empolvado.

De esta manera, puedo acariciar con un trapo húmedo y de forma personaliza a cada uno de los inquilinos depositados en las baldas, que parecen convertirse ante mis ojos, en gatos mimosos.

Me subo, limpio y doy esplendor como lo hace la Real Academia de la lengua española. Sacando brillo con tesón y empeño; hasta que por culpa de un descuido y algún tornillo flojo, y de forma estrepitosa, se me viene encima la sección de cuentos clásicos y cómics. La de novela contemporánea y la histórica, dando un nuevo significado a eso de: “La caída del imperio romano”.

En el suelo se forma un pequeño caos de efecto mariposa con ley de Murphy incluida. Hojas desparramadas sin ser otoño, portadas abiertas de forma impúdica mostrando sus textos más íntimos y… Unas telas revueltas de color vivo (a pesar del golpe) 

¡Gran misterio este!

Pues ignoraba que a parte de los marca-páginas y las flores secas que guardo entre folios para recordar renglones significativos; pudiera haber introducido tejidos tan voluminosos.

Me bajo del escabel, me acerco y descubro el misterio.

Las capas carmesí de Caperucita y Superman se mezclaron con las del emperador Tiberio en Ben-Hur y la del torero Espartero de la novela Sangre y arena. Y todas ellas con las de los capas rojas de…

…Voy a tomarme un café cargadito de azúcar y solucionaré el desaguisado. Daré a cada uno lo suyo, y “al César lo que es del César”.

¡Menos mal que el Quijote quedó en su sitio ¡ ¡Si no!
¡Menuda locura!



Derechos de autor: Francisco Moroz


Escrito presentado en la comunidad "Relatos Compulsivos" en el reto de tres palabras: 
Carmesí-Desconectar-Azúcar.
que ha conseguido el tercer puesto




miércoles, 25 de enero de 2017

Novela negra 2ª parte


Si quieres leer la primera parte pincha AQUÍ




Cuando evoca a “Grand Father” se le ensancha la sonrisa. Pues se trata de un hombretón de no menos de 100 kilos de peso con un corazón tan grande como él. Le empezaron a llamar “El Padrino” pues con su generosidad y bondad parecía arroparnos a todos; incluso sufragando nuestras necesidades perentorias, como cuando a alguno de nosotros se le olvidaba el almuerzo y nos compraba el bocadillo, o se necesitaba un bolígrafo, unos kleenex o una tirita. 
Lo que fuera necesario no tardaba en proporcionarlo sin pedir nada a cambio nunca. 
Pero el apodo no le hacía honor, porque nos recordaba a los mafiosos que siempre cobran los favores, con lo cual lo cambiamos por ese “Grand Father” que nos resultó más adecuado dado su altruismo
No nos sorprendió a ninguno cuando nos dijo trabajar en una ONG.

Mira el reloj: las cuatro y media, apura sus pasos, y más cuando vuelve a escuchar junto al chapoteo de sus pies, la de otros pasos precipitados que resuenan muy cerca de él.




Al leer estas últimas líneas mira por inercia el reloj de la pared, herencia de sus abuelos ¡Como se le ha pasado el tiempo! Con la excusa del insomnio devora volúmenes de 500 hojas como una posesa ¿O se dice poseída?

Se levanta para estirar las piernas y coge el vaso para llevarlo a la cocina y recalentarlo. No ha tomado nada desde que regresó a casa, y de eso hace unas cuantas horas.
Hoy ha sido un día de esos en los que una llamada te alegra la jornada, pues ese chico de la juventud lo había hecho después de tanto sin saber de él. Después de una precipitada y diría que alborotada conversación telefónica; y con la promesa de una gran sorpresa habían quedado, y ahora rememoraba como en sueños, las chispas que habían saltado entre los dos ¡Quién sabe! Esta vez a lo mejor no le dejaría escapar de nuevo.

El libro la ha acompañado a la cocina sin querer, y mientras espera que suene el “Clinck” del microondas, abre la hoja donde dejó el marca páginas y prosigue recorriendo con sus ojos ávidos, los renglones en los que se había quedado. Le quedaban unas pocas páginas para terminarla historia.




Un escalofrío recorre su espina dorsal, y con un impulso primitivo echa a correr como prevención a lo que se imagina que va acontecer.
Dicen que el miedo a lo imaginado es superior a la amenaza real.  
En este caso certifica lo inminente del peligro concreto, cuando alguien se abalanza con fuerza sobre su cuerpo y lo derriba en el suelo manteniéndose sobre su espalda. En la caída se le rompe la nariz y al tragar nota un regusto salado.

Intenta liberarse del peso de su agresor revolviéndose salvajemente con todas sus fuerzas, pero no lo consigue, lo cual le hace cambiar de estrategia profiriendo un grito de socorro que apenas sale de su boca, queda enmudecido por el gorgoteo del líquido espeso que sale de su garganta rajada profundamente por un tajo que le ha producido un cúter afilado.

Su último pensamiento va dirigido a esa mujer que con su simple presencia le había vuelto a enamorar, dándole esperanzas de una existencia compartida.

Un relámpago ilumina la calle, junto con la macabra escena del crimen. Le sigue el estampido del trueno ensordecedor que la victima apenas oye.

Después la oscuridad lo envuelve todo de nuevo mientras exhala junto a su sangre caliente, el aliento de la vida.




Se pone a temblar, no sabe bien si de frío o por un presentimiento instantáneo que ha sido acompañado casualmente de un relámpago que a su vez ha encendido una luz de alerta en su cabeza. 
El trueno posterior la ha terminado de estremecer.

Esa parte de la historia escrita en el libro la ha trastornado de tal forma que le ha causado una conmoción considerable. Es como si ella formara parte de una trama concebida con cierto toque de malignidad insana. Hay partes concretas del relato que parecen encajar, como si lo leído fuese un puzzle algo distorsionado que no hubiera logrado enfocar.

Pero ahora es como si todo adquiriera ese sentido que ella se resistía a visionar. No cree en las casualidades, detrás de todo esto pareciera haber una mano siniestra que hubiera escrito su historia personal. 

Se dirige a la sala dispuesta a apagar la luz para marcharse a la cama. Debe descansar, mañana tiene que trabajar y necesita despejarse después de tantas emociones.

Se acerca a la ventana para cerrar la persiana, pero antes se asoma por última vez por si acaso hubiera dejado de llover. 
El cielo sigue cubierto de nubes negras como la sombra que se despega de la pared frente a su casa y la mira a los ojos con deseo lascivo. 
No puede comprender lo que ve, y cierra la persiana apresuradamente. 
Está aterrorizada y sin poder creer lo que está pasando. sin querer se está convirtiendo en testigo y personaje involucrado de una historia delirante.

Tropieza con la alfombra a causa de los nervios que la empiezan a dominar y agarra el libro abriéndolo casi por el final. 
Cuando lee la continuación, rompe a llorar con impotencia y auténtico terror reflejado en su rostro.
Su propia historia, los mismos personajes con otros nombres diferentes. Eso es lo que ha estado leyendo desde hace días.
No puede aceptar el final que el autor ha dado a sus protagonistas principales. Se resiste a ser una víctima más, e intenta serenarse pensando que en cualquier momento despertará.
Aunque reconoce, que la frase con la que acaba el libro, es una sentencia clara y firme de muerte.




El verdugo de Sergio levanta la mirada y ve un cielo cuajado de nubes negras, pero también la ve a ella asomarse a la ventana, tan hermosa como siempre, tan deseable. Asustada como un animalillo indefenso ante su cazador. Otra presa más.

Hoy la había vuelto a ver en el bar de copas, después de tantos años de búsqueda infructuosa no podía creerlo. La fortuna le sonreía.

Su sueño de juventud, pensó, al fin se podría convertir en realidad. Pero ahí estaban también el resto, y entre todos, al tonto al que apodaban Dalma” que empezó a eclipsarlo de nuevo, cuando imitando la voz rasgada del famoso cantante le había interpretado a ella, esa canción que tanto le gustaba, cuya primera estrofa decía: "Míasolamente mía"
¡Sergio! siempre él por medio. Pero se había condenado el solito desde el momento en que entonó la primera nota a Ana, su exclusiva“Kim Basinguer” ¡La que siempre fue suya!

No esperaría otros diez años para poner fin a su obsesión de poseerla. Y es que, esa reunión tan cordial de reencuentro de antiguos amigos, fraguada como sorpresa por parte de "Grand Father" durante una década interminable y dolorosa para él; iba a dar sus frutos en escasos minutos. 

Esa tarde solo había tenido que mentir en una cosa: Su dedicación plena, su amado oficio ¿Abogado? ¡No!
Esos pardillos se tragaron tan burda mentira, pues realmente a lo que se dedicaba era a escribir novela negra. Tenía práctica a la hora de urdir tramas y encontrar coartadas perfectas.

¡No podía ser de otra manera!

Y los primeros actos ya habían concluido satisfactoriamente. Ciertos obstáculos se eliminaron convenientemente y solo se interponían en su camino dos puertas que abriría fácilmente. Las del corazón de Ana le fueron imposibles de forzar.

Y el relato concluiría solo en tres páginas más y una frase lapidaria:

"Lo escrito, escrito está"




Derechos de autor: Francisco Moroz

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