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domingo, 4 de diciembre de 2016

¡Bendito país!




Cuando mis cuatro amigos y yo decidimos emprender aquel viaje de fin de carrera, que iba a durar una semana, no podíamos imaginar que nuestra estancia en Escocia iba a convertirse en toda una aventura de gozo extrasensorial.

Nos propusimos visitar además de las ciudades de Edimburgo y Glasgow, todos los lugares emblemáticos de las tierras altas.
 
Por ello después de soltar las mochilas en el hostal de la pequeña localidad de Drumnadrochit lo primero que hicimos fue buscar un bar típico para refrescarnos y tomar algo. El pub en cuestión ostentaba el nombre sugerente de: MacDonald ´s Still que viene a traducirse como: El alambique del hijo de Donald.

Como era tarde pedimos unos whiskys para celebrar nuestra licenciatura; y entre brindis, risas, y bromas, alguien propuso hacer una excursión nocturna al famoso castillo de Urquhart que se asoma al lago Ness aprovechando que no quedaba lejos. A todos nos pareció una idea inspirada para empezar de forma fantástica nuestro viaje por esas tierras de leyenda.

Después de unos cuantos vasos más, del dorado líquido destilado por los dioses, nos pusimos en marcha guiados por las tenues luces de la calle que brillaban como luciérnagas encendidas. 
Nos liamos unos porritos de marihuana que habíamos traído para homenajearnos durante el viaje, y de esta forma llegamos a las orillas del lago de Nessie.

Alguno gritó de pronto. Veía moverse las aguas tranquilas en ondas expansivas y turbulentas que se acercaban a nosotros rápidamente. Corroboramos colectivamente que algo extraño iba a suceder.
Sin esperar, y ante nosotros, apareció una imagen humanoide con un manto de “blanco nuclear” y resplandeciente, que nos dijo señalando hacia el horizonte: 

– ¡Mirad más allá, donde las nubes color malvarrosa se difuminan como neblina de bosque druídico!

Al mirar, juro que vi el arcoiris y un unicornio azul con el cuerno dorado, cabalgado por una mujer de la raza de los elfos del señor de los anillos, que dejó caer ante nosotros ambrosías liquidas almibaradas.
 
Me desperté a la mañana siguiente mojado de escarcha, entumecido, y estropajoso. Sin recordar haber visto al monstruo del lago.
¡Bendito país!



Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cambio de pareja



Se despertó, abrió los ojos una mañana más. No tenía prisa, y tumbado como estaba en la cama, se puso a pensar.
Pensó en ella, en lo bien que empezaron su relación, de mutuo acuerdo, sin exigencias de ningún tipo. Algo fluido y natural. Ella le dejaba su espacio personal y él la dedicaba parte de su tiempo. Se hacían compañía y a veces incluso se añoraban y se buscaban en los silencios.

Pero hacía unos años que este idílico romance se estaba convirtiendo en una losa; ahora ella se estaba volviendo absorbente e incluso envolvente y omnipresente, él ya no se sentía libre como antes, sino atado a una servidumbre que le llenaba de mucha tristeza y desazón.

Ya no la quería como antes ni la deseaba. No ansiaba su cercanía, rehuía su presencia, pero ella siempre estaba a su lado recelosa, perenne y árida, como un mal invierno que no quisiera dar paso a la primavera renovadora.

Y él necesitaba un cambio ¡Sí! Quizás por egoísmo, pensó, se embarcó en esta relación sin futuro. Él y ella, ella y él. Solos, sin querer nada del resto de los que solicitaban un poco de atención, de su amor, de su cuidado, de su persona, de su trato.

Se convirtió poco a poco en un ser huraño y antisocial, un hombre introvertido y esquivo.
No compartía sus vivencias y se guardaba muy mucho de expresar sentimientos banales. Solo se comunicaba con sus congéneres por necesidad y cuando no había más remedio.

Pero esta situación le estaba matando, apagando, amargando, ahogando, como a la llama de una vela sin oxigeno que quemar.

Ahora estaba costeando el precio de las consecuencias de esta común-unión con su amada, y con creces. Penando como alma condenada en el infierno de Dante, purgando cada una de las expectativas puestas en esta especie de tormento consentido, abocado por otro lado al fracaso más estrepitoso.

Desde su comienzo esto no tenía futuro, pero se empeñó en demostrar que eran los demás los que estaban equivocados y que la situación ideal era la elegida por él. Estaba todo controlado. O eso creía en ese momento.

Meditaba en la cama y decidió que ya era hora de cambiar de pareja, su amante actual ya no saciaba sus necesidades, no llenaba sus expectativas, no satisfacía sus ansias de compañía y de amor desinteresado.

Se dio la vuelta en el colchón y allí estaba, a su lado, como cada mañana. No conseguía apartarse de su pegajosa presencia ¡La aborrecía! Debía huir, y únicamente conocía una manera de hacerlo: Buscándose a una mujer de verdad que le llenara la existencia, una pareja que quisiera acompañarle en el baile de la vida, y aparcar en la cuneta a esta que desde hacía años dormía a su lado gracias a su dejadez y la fuerza de la costumbre.

La abandonaría sin despedidas innecesarias, sin agradecimientos de más. Todo con tal de olvidarse definitivamente de esta maldita fulana " Que se llama Soledad”.






Derechos de autor: Francisco Moroz



                                                                          

viernes, 25 de noviembre de 2016

Un miedo con nombre extraño





Mi compañero y yo llegamos rápidamente al lugar donde desde la central nos han indicado que se ha producido la alerta, vamos pertrechados con nuestro equipo al completo, por los imprevistos que puedan surgir. Somos dos precavidos profesionales a los que no nos gustan las sorpresas que escapen a nuestro control.

Estamos sobradamente preparados para resolver situaciones como esta de la que nos han dado aviso tan solo hace una hora.
Para lo que yo personalmente no estaba preparado era para lo que ocurrió cuando el agujero se abrió ante mí.

Empecé a sudar a pesar del frío intenso entrando en estado de shock, me empezaron a invadir las náuseas y mi organismo estresado amenazó con colapsarse.
Mis sentidos quedaron bloqueados de inmediato, mis ojos se adentraron en el negro y profundo pozo sin fin, que me quería engullir. Quise avisar del peligro a mi colega, pero lo hice tarde, no le  pude ayudar, pues de forma irreversible desapareció casi de inmediato en las entrañas de ese pozo mientras yo quedaba en pie, con los brazos caídos y temblando, paralizado por el miedo a lo desconocido; por esa nada que llenaba una boca con forma de circunferencia perfecta. Lo llamaba a gritos, por su nombre, pero solo recibía ecos de sonidos metálicos y de golpes que presagiaban lo peor.

La caja de Pandora se había abierto, y todo lo que ocurriera a continuación podría representar un riesgo para mi frágil espíritu anonadado.

Si esto era mi final, sería el más patético de los finales. Ningún ser o ente me amenazaba de manera perceptible, pero algo parecía gobernar mi mente de tal forma que mis músculos no me respondían. Estaba absorto y agarrotado.

Tengo entendido que a los combatientes les ocurre lo mismo antes de cada batalla, y que a pesar del entrenamiento intenso y continuo que reciben, nunca son capaces de reaccionar en ese crítico momento inicial en el que se requiere la acción inmediata.

Era consciente de que tenía que echar una mano a mi socio. Él estaba adentro, en un lugar oscuro y frío que me aterrorizaba. Por tanto me tuve que recubrir de ese valor artificial que en ocasiones hace héroes a los mortales, y agarrando fuertemente la herramienta y encendiendo la linterna de mi casco para apaciguar mi miedo a la oscuridad, descendí poco a poco a lo hondo de la sima, al encuentro de lo desconocido. No sin haber señalizado antes la zona peligrosa que circundaba la boca de la alcantarilla para evitar accidentes.
Lo que padezco lo llaman nictofobia.



Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 18 de noviembre de 2016

Retrato de un asesino




Se dice que cuando ves a la persona asignada por el destino para acompañarte en tu vida, la reconoces al instante y quedas tan prendado de su presencia como de una música hipnótica que una vez que la escuchas no puedes dejar de silbar.

Este pensamiento me asalta mientras me hallo concentrado en el dibujo.
Mi trabajo consiste en ayudar a los inspectores de policía en las investigaciones en las que hay un sospechoso de haber cometido un crimen y hay a su vez una víctima que sobrevive, o un testigo que lo ha visto todo y conoce sus facciones. 
Es entonces cuando me avisan y me persono con mis bártulos de dibujo para intentar definir en la medida de lo posible, el retrato bocetado del delincuente en cuestión.

No miento si digo, que he llegado a ver cientos de personajes de lo más variopinto, hombres y mujeres con todo tipo de rasgos soeces y remarcables con los cuales poder reconocerles en su nueva situación de busca y captura. Prácticamente todos han sido reconocidos y atrapados. Cuestión de percepción y habilidad.

Pero ahora, en este instante, mientras voy perfilando los rasgos a carboncillo del rostro que tengo delante de mí, solo puedo ver el de una mujer atractiva de faz ovalada, pelo largo y moreno, ojos almendrados que a su vez me mira desde el papel que tengo en las manos.

Se lo enseño al testigo y este confirma con la cabeza que es ella la que se encontraba cerca de la escena del crimen: un triple asesinato cometido en uno de los chalets del vecindario.

Lucho contra las emociones que me produce tal afirmación. Debo de ser imparcial y objetivo en el desempeño de mi labor, pero no puedo. Presiento que ese rostro pertenece a la mujer de mi vida, la que compartirá en el futuro mis sueños y proyectos.

Con la excusa de unos últimos retoques, recorto la melena, alargo el rostro, achato la nariz y aclaro el pelo.

Tengo para encontrarla hasta noviembre, si la atrapan ellos antes, habré perdido a la persona asignada por el destino.



Derechos de autor: Francisco Moroz.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Sin palabras


Mariola es un amor casual, ella llegó y se quedó junto a mí; supo interpretar lo escrito y agradecer el encuentro común con un relato. Se convirtió desde entonces en "Mi relatora" y yo en " Su hechicero" en un lugar que solo ella y yo conocemos.
Me convertí en deudor desde entonces, y aquí me persono para dar cumplida cuenta de lo que la debía.

Aclaro, que nada de lo escrito es real, todo es imaginado, tampoco hay figuras metafóricas. Simplemente se trata de un relato de los que escribo, para dedicárselo a ella, que se lo merece.






Se conocieron por primera vez, en lo que podría haberse denominado: un encuentro circunstancial.

Ella caminaba distraída, pensando en la jornada laboral que tenía por delante: soportar a su encargado y aguantar estoicamente a muchos clientes impertinentes y disconformes que la utilizaban como diana de su frustración; y que por no tener, no tenían ni modales ni educación. Era duro bregar diariamente viendo caras largas y escuchando verborrea irrelevante y agresiva. 

Con esos pensamientos andaba cuando alguien interpuso una flor roja a su paso, y cuando levantó los ojos encontró una sonrisa maravillosa que la lleno de paz. Era él, que con una respetuosa reverencia le ofrecía una pequeña rosa.

Sus miradas se encontraron en lo que fue un contacto mágico. Desde ese momento se creó un vínculo entre los dos que les hacía converger en el mismo tramo de aquella misma calle.

Él la esperaba ansioso todas las mañanas, las soleadas y las lluviosas, siempre estaba cerca de la boca del metro, o debajo de la marquesina del cine, esperando y gesticulando su impaciencia a todo aquel que quisiera prestarle atención.

Cuando ella llegaba nunca le faltaba la flor y de vez en cuando, rompiendo ciertos formalismos, se atrevía a besarle la mano cortésmente, como un caballero a la antigua usanza, pero sin hipócrita galantería, sino poniendo en el beso toda su alma y poquito a poco, todo su amor.

Pasó lo que tuvo que pasar: que sus almas se enredaron en una sintonía común,  y un buen día quedaron al finalizar sus respectivas jornadas laborales. Marcharon a una cafetería cercana, y mientras les servían las bebidas se presentaron.
Ella habló durante dos horas seguidas, mientras él la miraba absorto en esa belleza que solo los amantes saben apreciar, deleitándose en su presencia y escuchando con embeleso todo lo que ella le decía. Embebido en su presencia y enamorado.

El tiempo pasó en un suspiro, se encontraban tan a gusto el uno en la compañía del otro, que acordaron en su fuero interno y cada uno por su lado, no necesitar a nadie ni nada más para ser felices.

Su relación era tan fluida, que al final como en los cuentos, decidieron vivir su aventura en común y para ello, se mudaron a un apartamento asequible y sin pretensiones de grandeza al que llamaron hogar. 
Ella siguió trabajando en los grandes almacenes, en la sección de atención al cliente, y cada vez que las circunstancias eran adversas o algún impertinente se le cruzaba en el camino. Pensaba en su amado, en ese hombre que sin palabras la conquistó en una avenida principal de una ciudad luminosa pero fría.

Nunca le faltaban sonrisas por la mañana ni besos de buenas noches. No le faltaron rosas en el jarrón ni caricias en la mejilla, ni miradas cargadas de ternura ni alguna de aquellas corteses reverencias que la hacían sentirse princesa.

Lo que si le faltaron siempre fueron las palabras, pero nunca las echó de menos, pues sabía con certeza que  en ciertas ocasiones estas dejan heridas incurables y otras se malinterpretan, dejando incertidumbre. Otras no expresan aquello que se quiere trasmitir en el momento, y de la forma adecuada al que las espera como bálsamo.

Su compañero nunca se las pudo ofrendar, nació mudo, pero tenía una habilidad portentosa para comunicarse con las manos, los gestos y las miradas No era un simple artista callejero, era un gran mimo y un excelente hombre que desde el primer día, en aquel encuentro casual, literalmente supo dejarla sin palabras.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 7 de noviembre de 2016

Tertulia


Con este relato presentado al concurso de Edupsique termino la semana dedicada a los difuntos ¡Que ya está bien con tanto muerto! Dejémosles descansar, al menos hasta el año que viene.





En el pueblo donde paso el día de todos los santos, no hay mucho que hacer: O bar, o mus. Y ni bebo ni juego.

De atardecida los campos están solitarios y hoy que hace bueno apetece pasear.
Andando llego al cementerio y por curiosidad entro a ver el ambiente que en otras temporadas del año es más bien lúgubre y tristón.
Hay  movimiento en uno de los sectores, donde las lápidas prácticamente brillan por su ausencia, socavadas estas por el paso del tiempo y el olvido de los vivos.

Allá me voy por ser cortés con los tres paisanos que andan por allí.

– ¡Ave María purísima señores!

– ¡Sin pecado concebida! caballero.

– ¡Qué! ¿Matando el tiempo?

–Bueno, más bien el tiempo nos mata a nosotros ¿No cree? –responde uno de los contertulios que frisaría los 87 años; con esa solera de los viejos filósofos que encontramos en todos los villorrios.

– Sabias palabras, le espeto.

– Bueno – me dice otro un poquito más joven. De sabios están las tumbas llenas igual que el mundo de tontos.

– ¿Ha pasado mucha gente por aquí?

–Pá ser el día que es y lo que se celebra, más bien escaso personal, tenga en cuenta que solo quedan abuelos, y según van cayendo vienen aquí a perpetuidad; con lo cual, hay aquí adentro más que allá afuera.

– Da cierta tristeza pensarlo ¿Verdad?

– ¡Bah! Una vez que eres difunto no aprecias el que traigan flores; muchos de los que las traen ahora, en vida del finado ni se acordaban de visitarle.

El tercer abuelillo hace un gesto ambiguo a los otros dos y les dice:

– ¡Ea compadres! vamos a descansar un poco, que se hace tarde y mañana hay que rendir.

Y diciendo esto se retiran a dormir parte de su sueño eterno, cada cual a su sepultura. 



Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ritos ancestrales

Esta semana estoy un poco lúgubre no a causa de lo que se celebra, sino a que todos los concursos a los que me presenté versaban sobre la muerte, los difuntos y todo lo que tuviera que ver con la semana de Halloween.
Por lo cual este es otro de esos relatos que tendréis que sufrir, si queréis, con santa paciencia.
Abrazos mis amigos.





Esa noche se presentaba un tanto complicada, no era una de sus preferidas simplemente por lo que se celebraba la noche de difuntos o cómo demonios la denominaran según que culturas y países. ¡Incultura y literatura a partes iguales!
Lo único que él sabía es que le trastornaba todos sus planes de tranquilidad, pues al día siguiente tenía que presentar a la revista –Ciencia y razón- una nuevo artículo, y con tanto ruido y llamadas a la puerta era imposible la concentración.

Le ponían nervioso esos monstruitos enanos que se presentaban  bajo su dintel para pedir golosinas; era una aberración de por sí el haber transformado una fiesta pagana en una gran pantomima consumista ¡¡Dioses!! Estaba más que harto de tanta memez e ignorancia.

Cerró las cortinas y encendió la lámpara de su mesa; se colocó frente al ordenador y  justo cuando se disponía a darle a la primera tecla se oyeron unos golpeteos en la entrada.

— ¡Continuamos con la pesadilla! Estos canijos empiezan a ser cargantes.

Se levantó con premura dispuesto a espantar con cajas destempladas a los draculines, fantasmas, y zombis que se encontrara; pero al abrir, únicamente encontró en el suelo un papel con trazos de escritura. Lo recogió, y después de mirar a uno y otro lado de la calle cerró con un portazo y arrugó el papel tirándolo encima de la mesa.

Empezó a escribir, pero al rato la curiosidad le venció y cogiendo la bola de papel la estiró. No era precisamente un poeta y no entendía de poesía, pero el escueto texto parecía rimar de forma ingenua: 

“Esta noche encontrarás lo que perdiste,
cuando a las 12 vengan a visitarte
y cumplas con el pacto estipulado” 

Debajo de estos tontos renglones de lenguaje  críptico cuya lectura le arrancó una media sonrisa de desprecio, había un dibujo de una vela.
Se trataba de alguna broma de sus estúpidos vecinos. ¡Seguro!

Volvió a la mesa y cuando se disponía a teclear de nuevo, vio con estupefacción lo que estaba escrito de manera inexplicable en la hoja de Word:

“Tu incredulidad te condena a vagar eternamente”

Un golpe inesperado procedente de las baldas de su librería le sobresalto. Cuando miró, uno de los libros se encontraba  en el suelo. Lo cogió entre sus manos y leyó: 

“Esta noche las puertas de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra casa permanecerán abiertas para recibir a los espíritus de todos nuestros difuntos"…

¿Qué narices estaba pasando? ¿Quién  era el responsable de esa broma tan absurda?
¿Qué es lo que había perdido? ¿Quién vendría a visitarle, si él no esperaba a nadie? ¿Y qué promesa había incumplido?

— ¡A la mierda! —Se dijo, no puedo perder más tiempo con estas idioteces, soy un hombre racional del siglo XXI…

…Sonaron las doce en el reloj de la iglesia del pueblo.

En ese momento golpearon la puerta y corrió a abrir para agarrar por el cuello al imbécil de turno que le estaba atemorizando. 
Se alejó de la casa encontrando solo oscuridad y un frío glacial que se le metió en los huesos. 
Una espesa niebla invadió el entorno, mientras unas voces profundas entonaban cánticos fúnebres que le envolvieron, y unas tenues llamas de vela le rodeaban.

En ese mismo instante comprendió, que lo que había perdido era la fe en las tradiciones. 
Recordó haber jurado por su alma inmortal, que jamás creería en supercherías ni paganas, ni cristianas si no recibía pruebas fehacientes y racionales de la existencia de los espíritus errantes que andaban por los bosques y las aldeas.

Y esa noche se había terminado de torcer, pues la santa compaña reclamaba el tributo prometido.



Derechos de autor: Francisco Moroz



Gracias a Radio Mandala y a la entrañable Raquel Fraga por declamar este relato en la radio.

http://www.ivoox.com/versame-mucho20-audios-mp3_rf_13699362_1.html

domingo, 30 de octubre de 2016

Noche de difuntos




Esta noche Santiago se va a dormir con miedo, pues no en vano sus hermanos mayores le han estado chinchando con historias sobre muertos a lo largo del día.
Mañana se celebra en el pueblo el día de los fieles difuntos y sabe que esta noche les pertenece a ellos, y que saldrán de sus tumbas para recorrer las calles y llevarse a quien se encuentren por ellas. 
Conoce también la leyenda de la santa compaña que recorre en procesión los bosques, buscando nuevos cofrades con las que engrosar sus filas.

Se arrebuja temblando bajo la manta de su cama, no sabe bien si tiembla a causa de esos recuerdos o por la baja temperatura que reina en el caserón del tío de su padre que es el cura de la localidad.

Su catre está en una de las habitaciones abuhardilladas, donde se guardan los baúles llenos de ropa para los parroquianos menos afortunados. No hay armarios, pero si una cortina de arpillera que tapa otro pequeño habitáculo donde en unas alacenas se almacenan los cirios, las velas, y las estampillas junto con los misales y los libros de canto. Las casullas y las sotanas para las misas cuelgan de perchas de alambre; y más de un susto le han dado algunas noches. 
Tras esa cortina piensa, se pueden esconder asesinos con dagas envenenadas, o arpías y esfinges de esas que describe con tanto detalle el maestro de la escuela.

La iglesia se encuentra al lado del edificio donde él y sus hermanos viven provisionalmente con sus padres y su tío abuelo. La torre tiene un gran reloj que hace sonar las campanas cada hora entera y también a las medias. Lo teme porque sabe, que cuando suenen las doce, con el último toque, saldrán los difuntos de paseo, y el cementerio, no queda lejos del atrio ni de la casa del cura.

Quiere dormirse para no tener que escuchar los sonidos que oirá cuando los difuntos pasen por ahí abajo, esos sonidos de ultratumba que se parecen al ulular del aire entre las vigas de madera carcomida o el que hace al pasar por las juntas mal pegadas de los cristales del ventanuco; pero es imposible, todavía le está dando vueltas al suceso ocurrido en el pueblo de su padre, el que le narró hacía tan solo una horas…

…Andaban los mozos más lanzados y fortachones con sus fanfarronadas tal día como hoy, echándose puyas para ver quién era el más valiente de todos ellos. El más bravucón propuso apostar un cordero para el que demostrara serlo sobre todos los demás. La prueba consistiría en ir todos cerca del cementerio esa misma noche y esconderse detrás de unos sillares que estaban por allí tirados.

Uno por uno y siendo testigos los demás, tendrían que acercarse a la puerta de hierro del campo santo, aporrearla con los puños y hacer ruido para convocar a los difuntos y animarles a salir en pos del osado que lo hiciese.
Llegada la noche cinco muchachos se acercaron por allá, y aunque no lo querían demostrar, temblaban debajo de las pellizas de saca y sus capotes de lluvia, pues ese 31 de octubre estaba siendo frío y lluvioso. Aunque el miedo también arreciaba.

Se escondieron detrás de las piedras talladas y se echaron a suertes quien sería el primero en realizar la prueba.
El mozo con más agallas el “Bravucón” despreció esa forma de elegir el orden y se ofreció a ser él el primero, y con ello demostrar de antemano a los compañeros ser el único que no temía ni a los vivos ni a los muertos.

Tiró a andar calvero arriba, pero según se acercaba a la puerta un aire se levantó de improviso aullando en la tapia y en la verja de entrada, silbando entre lapidas y mausoleos. El gañán que tenía de valiente lo justo, se empezó a poner nervioso, pero su orgullo le impedía volverse y salir corriendo, ya que los compañeros lo verían y perdería la apuesta; con lo cual armándose de valor, aceleró el paso con el afán de pasar el mal trago lo más rápido posible.

Justo llegando al recinto, la puerta se entreabrió chirriando sobre sus goznes oxidados, mientras un relámpago seguido del retumbo del trueno estalló en el oscuro cielo. 
Todo ello provocó  tal  espanto en el zagal, que girando este sobre sí mismo, salió como alma que lleva el diablo, cuesta abajo y sin atreverse a mirar atrás.
Los amigos lo vieron venir a todo correr, medio llorando, desencajado de terror, con el rostro demudado gritándoles:

¡¡¡Me persiguen las ánimas!!!

Los cuatro que le esperaban, salieron zumbando hacia el pueblo para refugiarse en sus casas y encerrarse a cal y canto, pero el que venía hacia ellos sintió como le agarraban con fuera inusitada de sus ropas y tiraban de él sin que pudiera avanzar ni huir del opresor brazo sarmentoso que lo aferraba.

Por la mañana un pastor encontró su cadáver boca abajo, tirado en el suelo, con los dedos  ensangrentados por haber arañado la tierra. Pálido, cubierto de escarcha, con las ropas desgarradas enganchadas en unas zarzas.
El muchacho había muerto a causa de un pánico desmesurado.

Su padre terminó aquel relato con una sentencia:

–Hijo, nunca te burles de los difuntos…

…Justo cuando termina de recordar esa historia, el reloj de la iglesia empieza a desgranar las doce señales convenidas para que los que abandonaron el mundo de los vivos, vuelvan por una noche a mezclarse con ellos.

Santiago llega a escuchar la última campanada junto a unos pasos que se acercan por la calle, y una voz cascada que proclama:

Las doce en puuunto y sereno!

El repiqueteo de la lluvia sobre las tejas arrulla al niño y este se duerme, y por ello no percibe los crujidos de la escalera de madera.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Relato presentado para el concurso:



viernes, 28 de octubre de 2016

Relación compulsiva






Cuantas soledades he tenido que soportar a causa de tus ausencias desmedidas. Claro que te comprendo, y precisamente y porque te quiero nunca quise alejarme, ni quejarme, ni echarte en cara nada. Hasta ahora, que te tengo postrado ante mí. Indefenso y dolorido.

No siempre fue así, lo sé, comenzó a partir del séptimo año en que empezamos a vivir juntos, cuando conociste a la primera, a la que cogiste cariño enseguida. No era nada del otro mundo, nada espectacular, pero para empezar a echar una cana al aire de vez en cuando no estaba nada mal ¿Verdad?

Lo que a la larga me fastidió fue, que la conociste en un centro comercial y estando en mi compañía. Tú, dándome la tabarra con las ventajas de esa nueva relación compartida. Yo callada como tonta, asintiendo, favoreciendo de alguna forma la toma de decisión ¡Dios que lerda  fui!¡Cuanta ingenuidad por mi parte!

Nunca me apartaste de tu lado es cierto, pero había algunos día que se los dedicabas a ella casi en exclusiva. 

Ella te hacía sentir joven, no sabía bien lo que te daba, pero venías luminoso, con cara de felicidad. Renovado y lleno de ilusión. A veces sentía celos al ver como la tocabas y te la comías con los ojos. 
Yo entonces me hacía la interesante contigo, como si no me importara tener una rival, incluso me atrevía a desafiarte, preguntándote con indiferencia donde habíais ido y si os había acompañado alguien más.

Nunca me negaste la respuesta, e incluso me contabas detalles sobre tus aventuras; algo que me dejaba chafadas en mis pretensiones de protagonismo.
Me llegué a acostumbrar, pues tus salidas infieles eran puntuales. Lo que nunca pude imaginar es que llegaría una segunda que te atraparía en sus redes seductoras y que con ella se esfumarían mis esperanzas de que tu tiempo fuera en exclusiva para mí. 

¡Eras mío! Y no pensaba renunciar a mi potestad sobre tu persona. Pero comprendí que si me ponía brava, perdería una guerra imposible con las armas argumentales de las que disponía. 
No me sentía engañada, pues jamás te escondiste para realizar tus actividades lúdicas con ella, y eso me ponía de los nervios y a la vez me desarmaba por ser testigo circunstancial en múltiples ocasiones, de vuestra pasión desenfrenada.

Esta nueva relación te daba más vida si cabe que la anterior. Tu decías que ella te hacía sentir sensaciones nuevas, a la vez que motivos, para permanecer en su compañía más tiempo del establecido en un principio. 
Siempre surgía algún imprevisto para no llegar a la hora de la comida, incluso, lo sé de buena tinta, se atrevía a acompañarte al trabajo en algunas ocasiones, y te esperaba a la salida para hacerlo hasta casa.

Pero la gota que desbordó el vaso de mi paciencia fue la tercera. Más provocadora y con mejor cuerpo, de lineas perfectas. No te cuento mi sufrimiento cuando la veía frente a mi, y a la vez veía el brillo de tus ojos cuando la mirabas.
Sabía comportase en cualquier circunstancia y respondía a tus requerimientos con plena satisfacción. Eso me decías; yo sufría en silencio mi impotencia. Era ella o yo, y sin embargo, no me atrevía a verbalizar mis pensamientos por temor a perderte.

¡Pero claro! 
A todo cerdo le llega su San Martín, y a ti te llegó el descalabro que tarde o temprano tenía que ocurrirte, el que te abriera los ojos de una vez y te desengañase de tanto trajín con ellas.
Y es que esta última te dejó tirado, con el orgullo y la autoestima por los suelos; tú, que presumías de manejarla a tu antojo, de dominarla para conseguir de ella lo que querias.

¡Pues bien! Te restregó tu seguridad por la cara, de lo cual me alegro en parte, por que de esta forma yo he conseguido recuperar la esperanza de pasar más tiempo contigo, convenciéndote que la forma de vida que habías emprendido no podía desembocar en nada bueno; que una aventurilla de vez en cuando a nadie le viene mal para desfogar las tensiones de la semana, incluso quemar alguna de las calorías sobrantes. Actividad que te rejuvenece la piel e incluso le da brillo, te aporta elasticidad y soltura a la hora de desenvolverte en tus quehaceres cotidianos y te cansa como para poder dormir como un niño.

Pero ahora querido, necesitas descansar y reponerte sin prisas de las heridas sufridas en tu cuerpo y en tu ego. Recapacita ahora, sobre lo saludables que son tus salidas y tu relación compulsiva y obsesiva con ellas: con tus queridas.
Espero que hayas escarmentado y que comprendas que lo que tienes en casa es más seguro y fiable. Pues a mi me tienes no solo para tus correrías.

Y es que lo tuyo se estaba volviendo un vicio y una obsesión en vez de en una afición, y es que ¡Tanta bici, tanta bici! no podía ser muy bueno.  






Derechos de autor: Francisco Moroz



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